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Pablo Neruda

 

 

 

 

ESTABLECIMIENTOS NOCTURNOS

 

 

Residencia en la tierra II (1925-1932)

 

 

Obras Completas I

De «Crepusculario» a «Las uvas del tiempo» 1923-1954

Edición y notas de Hernán Loyola. RBA

Instituto Cervantes. Barcelona. 2005

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Difícilmente llamo a la realidad, como el perro, y también aúllo. Cómo amaría establecer el diálogo

del hidalgo y el barquero, pintar la jirafa, describir los acordeones, celebrar mi musa desnuda y

enroscada a mi cintura de asalto y resistencia. Así es mi cintura, mi cuerpo en general, una lucha

despierta y larga, y mis riñones escuchan.

 

Oh Dios, cuántas ranas habituadas a la noche, silbando y roncando con gargantas de seres humanos

a los cuarenta años, y qué angosta y sideral es la curva que hasta lo más lejos me rodea! Llorarían en

mi caso los cantores italianos, los doctores de astronomía ceñidos por esta alba negra, definidos hasta

el corazón por esta aguda espada.

 

Y luego esa condensación, esa unidad de elementos de la noche, esa suposición puesta detrás de cada

cosa, y ese frío tan claramente sostenido por estrellas.

 

Execración para tanto muerto que no mira, para tanto herido de alcohol o infelicidad, y loor al nochero,

al inteligente que soy yo, sobreviviente adorador de los cielos.

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Pero Neruda ya había escrito un arte poética en la primera Residencia, y -más o

menos- en verso, o más bien en una prosa que fue cortando en líneas, en versos largos,

tal vez porque las palabras se le iban acumulando y tenía que cambiar de verso cada

tanto. Un poema sin espacios porque era urgente y él estaba muy concentrado, y no podía

detenerse ni un instante a respirar. 

Hacia la mitad, la impotencia, el peligro de no alcanzar a decir -que no le dio tregua

en todo el poema- creció más, amenazando con sepultarlo: Neruda tuvo que buscar los como,

una y otra vez: como si llegaran ladrones, como un camarero humillado, como una campana, 

como un espejo viejo, como un olor. A pesar de todo, no alcanzó a decir, y se dio por vencido:

en una casa sola, de noche, perdidamente ebrio, la ropa tirada por el suelo y una ausencia

de flores.

Claro que se recuperó de inmediato, sacudiéndose de encima la rigidez de la impotencia 

con despreocupación, y escribió: posiblemente será de otro modo, pero -la verdad-, de pronto,

el viento, las noches, el ruido de un día me piden lo profético que poseo, que hay en mí.

 

 

 

 

 

 

ARTE POÉTICA

 

 

 

Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,

dotado de corazón singular y sueños funestos,

precipitadamente pálido, marchito en la frente,

y con luto de viudo furioso por cada día de vida,

ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente,

y de todo sonido que acojo temblando,

tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría,

un oído que nace, una angustia indirecta,

como si llegaran ladrones o fantasmas,

y en una cáscara de extensión fija y profunda,

como un camarero humillado, como una campana un poco ronca,

como un espejo viejo, como un olor de casa sola

en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,

y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores,

posiblemente de otro modo aún menos melancólico,

pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,

las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,

el ruido de un día que arde con sacrificio,

me piden lo profético que hay en mí, con melancolía,

y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos

hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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