volviendo a los políticos
Revisitar no es una costumbre recomendable: gasta, desgasta, consume, cansa.
Pero a veces –muy pocas- uno siente, sabe –en sentido fuerte- que tiene que
hacerlo, y allá vamos: es una época en la que hay que luchar incluso por las cosas
evidentes.
Los motivos para revisitar a los políticos son muchos, pero ahora, sobre todo, nos
interesa uno: echarles una mano, ayudarles a que se encuentren –o a que se
escondan- hacerlos felices.
Posiblemente no necesiten que su conciencia esté tranquila, sino sólo que esté
contenta, pero los vemos enmarañados, como si estuvieran persiguiéndose a sí
mismos: si se les ha enredado el pelo en la vida -o la vida en el pelo- y no lo
solucionan, acabarán convertidos en simples robots insatisfechos.
Por eso los estamos revisitando: si se les ha enganchado la cremallera del disfraz
de sí mismos, tenemos que ayudarles a desengancharla, o tendrán que seguir
siendo así para siempre.
Se puede decir con otras palabras, más o menos afortunadas, pero con el mismo
fin: si no encuentran ningún fallo en sí mismos, necesitan con urgencia una segunda
opinión, ya que: ¿para qué meter un caballo dentro de otro caballo?
Tal vez, si comienzan a confiar en nuestra ayuda, nos enseñen su razón fúnebre o
su prótesis incolora o su retal de sotana.
Tal vez nos enseñen su distancia cáustica o el lugar de su andrajo o el tamaño de
sus ventajones.
El poeta lo dijo mejor y enseguida:
‘ya es hora de que el piano se dé cuenta de que
no ha sido él el que ha escrito el concierto’
No pueden seguir creyendo que el sol sale justamente por detrás de su culo, cuando
parecen más bien criaturas nocturnas en un rectángulo de agua, criaturas contrayendo
su órgano deslizante o incluso, a veces –sólo algunas veces- relojes de pared que
comieran oídos, cabezas, pequeños músculos.
¿Qué podemos hacer, más que ayudarles, si siguen obstruyéndonos concienzudamente
el paso para que nos quede claro cuál es nuestro lugar en esta vida?
No se puede jugar al ajedrez sin tablero, sólo para comerse las piezas.
Dentro de sus miradas planas hay una barquita sin remos, cargada de arena sucia,
sin salmonetes.
Se dice que hay cosas conocidas y cosas desconocidas y que en medio están las
puertas, pero ellos no tienen nada claro cuáles son las cosas conocidas y cuáles las
desconocidas, y no saben dónde están esas puertas: si se mezcla el puré de
patata con la salsa, después no se pueden separar: es para siempre.
Poco más allá, donde está la línea de sus orondas sombras, comienza a rodar
la muerte con sus carruajes, con sus piedras y sus perros.
Por eso, también por eso queremos ayudarles.
Θ
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