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Cada vez que mi propósito se ha elevado, por influencia de mis sueños, por cima del nivel cotidiano de mi vida, y durante

un momento me he sentido alto, como el niño en un columpio, cada vez de éstas he tenido que bajar como él al jardín municipal,

y conocer mi derrota sin banderas desplegadas para la guerra ni espada que tuviese la fuerza de desenvainar.

Supongo que la mayoría de aquellos con quienes me cruzo en el acaso de las calles lleva consigo —lo noto en el movimiento

silencioso de los labios y en la indecisión confusa de los ojos o en la elevación de la voz con que rezan juntos— una igual

proyección para la guerra inútil del ejército sin pendones.

Y todos —me vuelvo para atrás y contemplo sus dorsos de vencidos pobres— tendrán, como yo, la gran derrota vil, entre

los limos y los juncos, sin claro de luna en las márgenes ni poesía en los pantanos, miserable y hortera.

Todos tienen, como yo, un corazón exaltado y triste, los conozco bien: unos son dependientes de tiendas, otros son

empleados de oficina, otros son comerciantes de pequeños comercios; otros son los vencedores de los cafés y de las tascas,

gloriosos sin saberlo en el éxtasis de la palabra egotista, […] Pero todos, pobrecillos, son poetas, y arrastran, a mis ojos,

como yo a sus ojos, la igual miseria de nuestra común incongruencia. Tienen todos, como yo, el futuro en el pasado.

Ahora mismo, que me hallo inerte en la oficina, y todos salvo yo se han ido a almorzar, miro, a través de la ventana

empañada, al viejo oscilante que recorre lentamente la acera del otro lado de la calle. No va borracho; va soñador. Está

atento a lo inexistente; quizás espere todavía. Los Dioses, si son justos en su injusticia, nos conserven todavía los sueños cuando

sean imposibles, y nos concedan buenos sueños, aunque sean bajos. Hoy, que no soy todavía viejo, puedo soñar en las islas

del Sur y con Indias imposibles; mañana quizás me sea concedido por los mismos Dioses el sueño de ser dueño de una

tabaquería pequeña, o jubilado en una casa de los alrededores.

Cualquiera de los sueños es el mismo sueño, porque todos son sueños. Cámbienme los Dioses los sueños, pero no el don

de soñar. En el intervalo de pensar esto, el viejo se ha salido de mi atención. Ya no lo veo. Abro la ventana para verlo.

Todavía no lo veo. Se ha salido. Ha tenido, para conmigo, el valor visual del símbolo; ha terminado y ha doblado la esquina.

Si me dijeran que ha doblado la esquina absoluta, y nunca ha estado aquí, lo admitiré con el mismo gesto con que cierro ahora

la ventana.

¿Conseguir?…

¡Pobres semidioses horteras que conquistan imperios con la palabra y la intención noble y tienen necesidad de dinero con el

cuarto y la comida! Parecen las tropas de un ejército desertado cuyos jefes tuviesen un sueño de gloria del que a éstos, perdidos

entre los limos de los pantanos, queda tan sólo la noción de grandeza, la conciencia de haber sido del ejército, y el vacío de no

haber sabido lo que hacía el jefe que nunca han tenido.

Así, cada uno se sueña, un momento, el jefe del ejército de cuya retaguardia ha huido. Así, cada uno, entre el barro de

los riachos, saluda a la victoria que nadie pudo lograr, y de la que ha quedado una especie de migas entre manchas en el

mantel que se han olvidado de sacudir.

Llenan los intersticios de la acción cotidiana como el polvo los intersticios de los muebles cuando no se los limpia con

cuidado. En la luz vulgar del día común se les ve luciendo como gusanos cenicientos contra la caoba rojiza. Pueden sacarse

con un clavo viejo. Pero nadie tiene prisa de sacarlos.

¡Pobres compañeros míos que sueñan en voz alta, cómo los envidio con vergüenza! Conmigo están los otros —los más

pobres, los que no tienen más que a sí mismos a quien contar los sueños y hacer lo que serían versos, si los escribiesen—

los pobres diablos sin más literatura que la propia alma, […] que mueren asfixiados por el hecho de existir […]

Unos son héroes y derriban cinco hombres en una esquina de ayer. Otros son seductores y hasta las mujeres inexistentes

no osan resistírseles. Se lo creen cuando lo dicen y todos lo dicen porque se lo creen. Otros […] Para todos ellos, vencidos

del mundo, porque quien sean son gente.

Y todos, como anguilas en un barreño, se enroscan entre sí y se cruzan unos por cima de los otros y no salen de los barreños.

A veces hablan de ellos los periódicos […] pero la fama, nunca. Éstos son los felices, porque les es concedido el sueño […]

de la estupidez. Pero a los que, como yo, tienen sueños sin ilusiones (…)

Cada vez que o meu propósito se ergueu, por influência de meus sonhos, acima do nível quotidiano da minha vida, e um

momento me senti alto, como a criança num balouço, cada vez dessas tive que descer como ela ao jardim municipal, e

conhecer a minha derrota sem bandeiras levadas para a guerra nem espada que houvesse força para desembainhar.

Suponho que a maioria daqueles, com que cruzo no acaso das ruas, traz consigo — noto-lho no movimento silencioso

dos beiços e na indecisão indistinta dos olhos ou no altear da voz com que rezam juntos — uma igual projeção para a guerra

inútil do exército sem pendões.

E todos — virome para trás a contemplar os seus dorsos de vencidos pobres—, como eu, a grande derrota vil, entre

os limos e os juncos, sem luar sobre as margens nem poesia de pauis, miserável e marçana.

Todos têm, como eu, um coração exaltado e triste. Conheçoos bem: uns são moços de lojas, outros são empregados

de escritório, outros são comerciantes de pequenos comércios; outros são os vencedores dos cafés e das tascas, gloriosos

sem saberem no êxtase da palavra egotista, […].Mas todos, coitados, são poetas e arrastam, a meus olhos, como eu aos

olhos deles, a igual miséria da nossa comum incongruência.

Têm todos, como eu, o futuro no passado.

Agora mesmo, que estou inerte no escritório, e foram todos almoçar salvo eu, fito, através da janela baça, o velho

oscilante que percorre lentamente o passeio do outro lado da rua. Não vai bêbado; vai sonhador. Está atento ao inexistente;

talvez ainda espere. Os Deuses, se são justos em sua injustiça, nos conservem os sonhos ainda quando sejam impossíveis,

e nos dêem bons sonhos, ainda que sejam baixos.

Hoje, que não sou velho ainda, posso sonhar com ilhas do Sul e com índias impossíveis; amanhã talvez me seja dado

pelos mesmos Deuses, o sonho de ser dono de uma tabacaria pequena, ou reformado numa casa dos arredores. Qualquer

dos sonhos é o mesmo sonho, porque são todos sonhos. Mudemme os Deuses os sonhos, mas não o dom de sonhar.

No intervalo de pensar isto, o velho saiu-me da atenção. Já o não vejo. Abro a janela para o ver. Não o vejo ainda.

Saiu. Teve, para comigo, o dever visual de símbolo; acabou e virou a esquina. Se me disserem que virou a esquina

absoluta, e nunca esteve aqui, aceitarei com o mesmo gesto corn que fecho a janela agora.

Conseguir?…

Pobres semideuses marçanos que ganham impérios com a palavra e a intenção nobre e têm necessidade de dinheiro

com o quarto e a comida! Parecem as tropas de um exército desertado cujos chefes houvessem um sonho de glória, de que

a estes, perdidos entre os limos de pauis, fica só a noção de grandeza, a consciência de ter sido do exército, e o vácuo de

nem ter sabido o que fazia o chefe que nunca viram.

Assim cada um se sonha, um momento, o chefe do exército de cuja cauda fugiu. Assim cada um, entre a lama dos ribeiros,

saúda a vitória que ninguém pôde ter, e de que ficou como migalhas entre nódoas na toalha que se esqueceram de sacudir.

Enchem os interstícios da ação quotidiana como o pó os interstícios dos móveis quando não são limpos com cuidado.

Na luz vulgar do dia comum vêem-se a luzir como vermes cinzentos contra o mogno avermelhado. Tiram-se com um

prego pequeno. Mas ninguém tem pressa [?] para os tirar.

Meus pobres companheiros que sonham alto como os invejo e desprezo! Comigo estão os outros — os mais pobres,

os que não têm senão a si mesmos a quem contar os sonhos e fazer o que seriam versos se eles os escrevessem — os

pobres diabos sem mais literatura que a própria alma, […] que morrem asfixiados pelo fato de existirem […]

Uns são heróis e prostram cinco homens a uma esquina de ontem. Outros são sedutores e até as mulheres inexistentes

lhes não ousaram resistir. Crêem isto quando o dizem e todos os dizem porque o crêem. Outros (…) Para todos eles os vencidos

do mundo, porque quem sejam são gente.

E todos como enguias num alguidar, se enrolam entre eles e se cruzam uns acima dos outros e nem saem dos alguidares.

Às vezes falam deles os jornais […] mas a fama nunca. Esses são os felizes porque lhes é dado o sonho […] da estupidez.

Mas aos que, como eu, têm sonhos sem ilusões (…)

 

Fernando Pessoa

Del español:

Libro del desasosiego 163

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición


 

 

 

 

 

 

 

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