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Sí, es el poniente. Llego a la desembocadura de la Calle de la Alfândega, vagaroso y disperso,
y, al clarearme el Terreiro do Paço, veo, claro, lo sin sol del cielo occidental. Ese cielo es de un
azul verdoso que tira a ceniciento blanco, donde, por el lado izquierdo, sobre los montes de la otra
margen, se agacha, amontonada, una niebla acastañada de color rosa muerto. Hay una gran paz
que no tengo dispersa fríamente en el aire otoñal abstracto. Sufro, por no tenerla, el placer vago
de suponer que existe. Pero, en realidad, no hay paz ni falta de paz: cielo tan sólo, cielo de todos
los colores que desmayan: azul blanco, verde todavía azulado, ceniciento pálido entre verde y azul,
vagos tonos remotos de colores de nubes que no lo son, amarinadamente oscurecidas de encarnado
acabado.
Y todo esto es una visión que se extingue en el mismo momento en que se la tiene, un intervalo
entre nada y nada, alado, puesto en lo alto, en tonalidades de cielo y angustia, prolijo e indefinido.
Siento y olvido. Una nostalgia, que es la de todo el mundo por todo, me invade como un opio desde
el aire frío. Hay en mí un éxtasis de ver, íntimo y postizo.
Hacia los lados de la barra183, donde el haber cesado el sol se acaba cada vez más, la luz se
extingue en un blanco lívido que se azula de verdoso frío. Hay en el aire un torpor de lo que no se
consigue nunca. Calla alto el paisaje del cielo. A esta hora, en que hasta me siento transbordar,
quisiera tener la malicia entera de decir, el capricho libre de un estilo por destino. Pero no, sólo el
cielo alto lo es todo, remoto, aboliéndose, y la emoción que siento, y que es tantas, juntas y
confusas, no es más que el reflejo de ese cielo nulo en un lago mío: lago recluso entre acantilados
hirsutos, callado, mirada de muerto, en que la altura se contempla olvidada.
Tantas veces, tantas, como ahora, me ha pesado sentir que siento —sentir como angustia,
sólo por ser sentir, la inquietud de estar aquí, la nostalgia de otra cosa que no se ha conocido, el
poniente de todas las emociones, amarillecerme esfumado en tristeza cenicienta en mi conciencia
exterior de mí.
Ah, ¿quién me salvará de existir? No es la muerte lo que quiero, ni la vida: es aquella otra cosa
que brilla en el fondo del ansia como un diamante posible en una caverna a la que no se puede
descender. Es todo el peso y toda la angustia de este universo real e imposible, de este cielo
estandarte de un ejército desconocido, de estos tonos que van empalideciendo por el aire ficticio,
de donde el creciente imaginario de la luna emerge en una blancura eléctrica quieta, recortado en
lejano e insensible.
Es toda la falta de un Dios verdadero que es el cadáver vacuo del cielo alto y del alma encerrada.
Cárcel infinita: ¡porque eres infinita no se puede huir de ti!
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16 y 17-10-1931
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Sim, é o poente. Chego à foz da Rua da Alfândega, vagaroso e disperso, e, ao clarear-me o
Terreiro do Paço, vejo, nítido o sem sol do céu ocidental. Esse céu é de um azul esverdeado para
cinzento branco, onde, do lado esquerdo, sobre os montes da outra margem, se agacha, amontoada,
uma névoa acastanhada de cor de rosa morto. Há uma grande paz que não tenho dispersa friamente
no ar outonal abstrato.
Sofro de a não ter o prazer vago de supor que ela existe. Mas, na realidade, não há paz nem
falta de paz: céu apenas, céu de todas as cores que desmaiam — azul branco, verde ainda azulado,
cinzento pálido entre verde e azul, vagos tons remotos de cores de nuvens que o não são,
amareladamente escurecidas de encarnado findo. E tudo isto é uma visão que se extingue no
mesmo momento em que é tida, um intervalo entre nada e nada, alado, posto alto, em tonalidades
de céu e mágoa, prolixo e indefinido.
Sinto e esqueço. Uma saudade, que é a de toda a gente por tudo, invade-me como um ópio do
ar frio. Há em mim um êxtase de ver, íntimo e postiço. Para os lados da barra, onde o ter cessado o
sol cada vez mais se acaba, a luz extingue-se em branco lívido que se azula de esverdeado frio.
Há no ar um torpor do que se não consegue nunca. Cala alto a paisagem do céu. Nesta hora, em
que sinto até transbordar, quisera ter a malícia inteira de dizer, o capricho livre de um estilo por
destino.
Mas não, só o céu alto é tudo, remoto, abolindo-se, e a emoção que tenho, e que é tantas, juntas
e confusas, não é mais que o reflexo desse céu nulo num lago em mim — lago recluso entre rochedos
hirtos, calado, olhar de morto, em que a altura se contempla esquecida.
Tantas vezes, tantas, como agora, me tem pesado sentir que sinto — sentir como angústia só
por ser sentir, a inquietação de estar aqui, a saudade de outra coisa que se não conheceu, o poente
de todas as emoções, amarelecer-me esbatido para tristeza cinzenta na minha consciência externa de
mim.
Ah, quem me salvará de existir? Não é a morte que quero, nem a vida: é aquela outra coisa que
brilha no fundo da ânsia como um diamante possível numa cova a que se não pode descer. É todo
o peso e toda a mágoa deste universo real e impossível, deste céu estandarte de um exército incógnito,
destes tons que vão empalidecendo pelo ar fictício, de onde o crescente imaginário da lua emerge
numa brancura elétrica parada, recortado a longínquo e a insensível.
É toda a falta de um Deus verdadeiro que é o cadáver vácuo do céu alto e da alma fechada.
Cárcere infinito — porque és infinito, não se pode fugir de ti!
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Fernando Pessoa
Del español:
Libro del desasosiego 173
Título original: Livro do Desassossego
© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984
© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Segunda edición
Del portugués:
Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares
© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises
© Editora Brasiliense
2ª edición
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