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Me sucede a veces, y siempre que sucede es casi de repente, que surge en medio de mis sensaciones un cansancio tan

terrible de la vida que ni siquiera se da la hipótesis de un acto con el que dominarlo.

Para remediarlo, el suicidio parece inseguro; la muerte, incluso supuesta la inconsciencia, todavía poco. Es un cansancio

que ambiciona, no el dejar de existir —lo que puede ser o puede no ser posible—, sino algo mucho más horroroso y profundo,

el dejar de siquiera haber existido, lo que no hay manera de que pueda ser.

Creo entrever, a veces, en las especulaciones, en general confusas, de los indios algo de esta ambición más negativa que

la nada. Pero o bien les falta la agudeza de la sensación para relatar así lo que piensan, o les falta la acuidad de pensamiento

para sentir así lo que sienten. El hecho es que lo que en ellos entreveo no lo veo. El hecho es que me creo el primero en entregar

a las palabras el absurdo de esta sensación sin remedio.

Y la curo con escribirla. Sí, no hay desolación, si es profunda de verdad, si no es puro sentimiento, pero participando en ella

la inteligencia, para que no exista el remedio irónico de decirla. Cuando la literatura no tuviese otra utilidad, ésta, aunque para pocos,

la tendría. 

Los males de la inteligencia, desgraciadamente, duelen menos que los del sentimiento, y los del sentimiento, desgraciadamente,

menos que los del cuerpo. Digo «desgraciadamente» porque la dignidad humana exigiría lo contrario. No hay sensación angustiada

del misterio que pueda doler como el amor, los celos, la nostalgia, que pueda sofocar como el miedo físico intenso, que pueda

transformar como la cólera o la ambición. Pero tampoco ningún dolor de los que destrozan el alma consigue ser tan realmente dolor

como el dolor de muelas, o el de un cólico, o (supongo) el dolor del parto.

De tal manera estamos constituidos que la inteligencia que ennoblece ciertas emociones o sensaciones, y las eleva por cima de

las demás, las deprime también si extiende su análisis a la comparación entre todas.

Escribo como quien duerme, y toda mi vida es un recibo por firmar. Dentro del gallinero desde donde irá a la muerte, el gallo

canta himnos a la libertad porque le han dado dos aseladeros.

Fernando Pessoa

Del español:

Libro del desasosiego 163

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición


 

 

 

 

 

 

3 Comentarios

  1. vlad

    Qué se puede decir de Pessoa, de cómo explica su mundo, con. una claridad y sencillez que te deja dudando ,en este caso, entre reír o ponerse muy sería a cavilar. Y consigues hacer sin darte cuenta más dos cosas.
    Ya sabéis que Nabokov, Pound y Pessoa son junto con Emily y Vallejo mis preferidos.
    Si tenemos que buscar poetas o escritores en general para el blog, tengamos presente donde está la cima de la montaña.

    Responder
  2. caballo

    Gracias, Vlad. Conocíamos a tus preferidos,

    y recordaremos dónde está la cima de la montaña.

    En efecto, estoy contigo: Pessoa hace magia, no sé

    si con el lenguaje o con su alma múltiple, pero magia,

    o algo muy parecido a la magia.

    Narciso

    Responder
  3. vlad

    Con esto no quiero decir que no reconozca a los poetas gigantescos que hay. Plath, Celan, Sexton, Thomas y compañía, poca compañía. Es difícil que alguno de estos tenga un poema ramplón. Bueno, Nabokov y Pessoa no son poetas propiamente.
    Pero luego están los poetas que han tenido una inspiración y crear un valioso poema. Las personas somos capaces de hacer cosas sorprendentes.
    Gracias por soportar mis comentarios. En el frente no nos dejaban hablar. 😉

    Responder

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