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La tragedia principal de mi vida es, como todas las tragedias, una ironía del Destino. Recuso la vida real como
una condenación; recuso el sueño como una liberación innoble. Pero vivo lo más sórdido y lo más cotidiano de la vida
real; y vivo lo más intenso y lo más constante del sueño. Soy como un esclavo que se emborracha por la siesta —dos
miserias en un solo cuerpo.
Si veo nítidamente, con la claridad con [que] los relámpagos de la razón hacen destacarse de la negrura de la vida
a los objetos cercanos que nos la forman, lo que hay de vil, de laso, de abandonado y de facticio, en esta Calle de los
Doradores que es para mí la vida entera —esta oficina sórdida hasta su médula de gente, este cuarto mensualmente
alquilado donde no sucede otra cosa que vivir un muerto, esta tienda de ultramarinos de la esquina a cuyo dueño conozco
como la gente conoce a la gente, estos muchachos de la puerta de la taberna antigua, esta inutilidad trabajosa de todos
los días iguales, esta repetición persistente de los mismos personajes, como un drama que consistiese tan sólo en el
escenario, y el escenario estuviese del revés…
Pero veo también que huir de esto sería o dominarlo o repudiarlo, y yo no lo domino, porque no lo excedo dentro de
lo real, ni lo repudio porque, sueñe lo que sueñe, me quedo siempre donde estoy. ¡Y el sueño, la vergüenza de huir hacia mí,
la cobardía de tener como vida esa basura del alma que los otros sólo tienen en el sueño, en la figura de la muerte con
que roncan, en la calma con que parecen vegetales que han progresado! ¡No poder tener un gesto noble que no sea de
puertas adentro, ni un deseo inútil que no sea de veras inútil!
Definió César toda la estatura de la ambición cuando dijo aquellas palabras: «¡Antes el primero en la aldea que el
segundo en Roma!» Yo no soy nada ni en la aldea ni en Roma ninguna. Por lo menos, el tendero de la esquina es respetado
desde la calle de la Asunción hasta la calle de la Victoria; es el César de una manzana. ¿Yo superior a él? ¿En qué, si la
nada no admite superioridad, ni inferioridad, ni comparación?
Es César de toda una manzana y les gusta a las mujeres condignamente. Y así arrastro haciendo lo que no quiero, y
soñando lo que no puedo tener, mi vida (…), absurda como un reloj público parado.
Aquella sensibilidad tenue, pero firme, el sueño largo pero consciente (…) que forma en su conjunto mi privilegio de
penumbra.
(Posterior a 1923)
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A tragédia principal da minha vida é, como todas as tragédias, uma ironia do Destino. Repugno a vida real como
uma condenação; repugno o sonho como uma libertação ignóbil. Mas vivo o mais sórdido e o mais quotidiano da vida
real; e vivo o mais intenso e o mais constante do sonho. Sou como um escravo que se embebeda à sesta — duas misérias
em um corpo só.
Sim, vejo nitidamente, com a clareza com [que] os relâmpagos da razão destacam do negrume da vida os objetos
próximos que nô-la formam, o que há de vil, de lasso, de deixado e factício, nesta Rua dos Douradores que me é a vida
inteira — este escritório sórdido até à sua medula de gente, este quarto mensalmente alugado onde nada acontece senão
viver um morto, esta mercearia da esquina cujo dono conheço como gente conhece gente, estes moços da porta da
taberna antiga, esta inutilidade trabalhosa de todos os dias iguais, esta repetição pegada das mesmas personagens, como
um drama que consiste apenas no cenário, e o cenário estivesse às avessas…
Mas vejo também que fugir a isto seria ou dominá-lo ou repudiá-lo, e eu nem o domino, porque o não excedo adentro
do real, nem o repudio porque, sonhe o que sonhe, fico sempre onde estou. E o sonho, a vergonha de fugir para mim, a
covardia de ter como vida aquele lixo da alma que os outros têm só no sono, na figura da morte com que ressonam, na calma com
que parecem vegetais progredidos! Não poder ter um gesto nobre que não seja de portas a dentro, nem um desejo inútil que
não seja deveras inútil!
Definiu César toda a figura da ambição quando disse aquelas palavras: «Antes o primeiro na aldeia do que o segundo
em Roma!» Eu não sou nada nem na aldeia nem em Roma nenhuma. Ao menos, o merceeiro da esquina é respeitado
na Rua da Assunção até à Rua da Vitória; é o César de um quarteirão. Eu superior a ele? Em quê, se o nada não
comporta superioridade, nem inferioridade, nem comparação?
É César de todo um quarteirão e as mulheres gostam dele condignamente. E assim arrasto a fazer o que não quero, e a
sonhar o que não posso ter, a minha vida (…), absurda como um relógio público parado.
Aquela sensibilidade tênue, mas firme, o sonho longo mas consciente (…) que forma no seu conjunto o meu privilégio
de penumbra.
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Fernando Pessoa
Del español:
Libro del desasosiego 91
Título original: Livro do Desassossego
© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984
© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Segunda edición
Del portugués:
Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares
© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises
© Editora Brasiliense
2ª edición
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