visitas hospitalarias

 

la poesía de philip larkin

 

 

 

Traducción

Miguel A. Montezanti

Amanda B. Zamuner

Cecilia Chiacchio

 

 

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MR  BLEANEY

 

 

This was Mr Bleaney’s room. He stayed

The whole time he was at the Bodies, till

They moved him.’ Flowered curtains, thin and frayed,

Fall to within five inches of the sill,

 

Whose window shows a strip of building land,

Tussocky, littered. ‘Mr Bleaney took

My bit of garden properly in hand.’

Bed, upright chair, sixty-watt bulb, no hook

 

Behind the door, no room for books or bags –

‘I’ll take it.’ So it happens that I lie

Where Mr Bleaney lay, and stub my fags

On the same saucer-souvenir, and try

 

Stuffing my ears with cotton-wool, to drown

The jabbering set he egged her on to buy.

I know his habits – what time he came down,

His preference for sauce to gravy, why

 

He kept on plugging at the four aways –

Likewise their yearly frame: the Frinton folk

Who put him up for summer holidays,

And Christmas at his sister’s house in Stoke.

 

But if he stood and watched the frigid wind

Tousling the clouds, lay on the fusty bed

Telling himself that this was home, and grinned,

And shivered, without shaking off the dread

 

That how we live measures our own nature,

And at his age having no more to show

Than one hired box should make him pretty sure

He warranted no better, I don’t know.

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MR  BLEANEY

 

 

“Este era el cuarto de Mr. Bleaney: permanecía

todo el tiempo que estaba en Bodies, hasta

que lo trasladaron». Cortinas floridas, finas y deshilachadas

caen hasta cinco pulgadas sobre la repisa

 

cuya ventana muestra una franja de tierra de construcción

desorden y basura. “Mr. Bleaney tomó adecuadamente

el control de mi trocito de jardín.”

Cama, silla recta, lamparilla de 60 watts, ni un gancho

 

detrás de la puerta, ni espacio para libros ni maletas:

“Lo tomo”. Y así es que me acuesto

donde Mr. Bleaney se acostaba, y aplasto mis puchos

sobre el mismo platillo souvenir, y trato

 

de rellenarme los oídos con algodón, para ahogar

el aparato parloteante que él le urgió a comprar.

Conozco sus hábitos: a qué hora bajaba,

que prefería la salsa al jugo de carne, por qué

 

él seguía conectándose a los cuatro vientos…

así como su marco anual: gente de Frinton

que lo alojaba en las vacaciones de verano

y Navidad, en la casa de su hermana, en Stoke.

 

Pero si se erguía y observaba el viento frío

desgreñar las nubes, si se tendía en la cama encerrada

diciéndose que ése era el hogar, y si sonreía con una mueca

y temblaba sin lograr sacudirse el temor

 

de cómo nuestro vivir mide nuestra propia naturaleza

y a su edad el no tener más para exhibir

que una gatera alquilada que le daría seguridad

de que no garantizaba nada mejor, eso no lo sé.

 

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