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North Haven
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In memoriam: Robert Lowell
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Puedo distinguir el aparejo de una goleta
a una milla. Puedo contar
las piñas nuevas del abeto. Hay tanta calma
que la pálida bahía tiene una piel lechosa, el cielo
sin nubes, excepto una larga, cardada cola de caballo.
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Las islas no han cambiado desde el último verano,
a pesar de que a mí me guste simular que lo han hecho
–a la deriva, de un modo soñador–
un poco hacia el norte, un poco hacia el sur, o desviado,
y que son libres dentro de las azules fronteras de la bahía.
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Este mes, nuestra favorita está llena de flores:
ranúnculos, tréboles rojos, arvejas púrpura,
flores de roca todavía ardientes, moteadas margaritas, siemprevivas,
las incandescentes estrellas de los fragantes macizos de galios,
y más aún, que han vuelto a pintar gozosas los prados.
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Los jilgueros han vuelto, o bien otros como ellos,
y el canto de cinco notas del gorrión de cuello blanco,
suplicando y suplicando, humedeciendo de lágrimas los ojos.
La Naturaleza se repite, o casi:
repetir, repetir, repetir: corregir, corregir, corregir.
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Me contaste que hace años fue aquí
(¿en 1932?) donde por vez primera “descubriste las chicas”
y aprendiste a navegar, y aprendiste a besar.
Sentiste “una tal alegría”, decías, aquel famoso verano.
(“Alegría” –esto siempre parecía dejarte perplejo…).
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Tu izquierdoso North Haven, anclado en sus rocas,
flotando en místico azul… Y ahora –tú te has ido para siempre.
No puedes desordenar o reordenar de nuevo tus poemas.
(Pero los Gorriones pueden hacerlo con su canto).
Las palabras no volverán a cambiar. Triste amigo, tú no puedes cambiar.
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North Haven
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In Memoriam: Robert Lowell
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I can make out the rigging of a schooner
a mile off; I can count
the new cones on the spruce. It is so still
the pale bay wears a milky skin; the sky
no clouds except for one long, carded horse’s tail.
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The islands haven’t shifted since last summer,
even if I like to pretend they have
– drifting, in a dreamy sort of way,
a little north, a little south, or sidewise–
and that they¹re free within the blue frontiers of bay.
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This month our favorite one is full of flowers:
buttercups, red clover, purple vetch,
hack weed still burning, daisies pied, eyebright,
the fragrant bedstraw’s incandescent stars,
and more, returned, to paint the meadows with delight.
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The goldfinches are back, or others like them,
and the white-throated sparrow’s five-note song,
pleading and pleading, brings tears to the eyes.
Nature repeats herself, or almost does:
repeat, repeat, repeat; revise, revise, revise.
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Years ago, you told me it was here
(in 1932?) you first «discovered girls»
and learned to sail, and learned to kiss.
You had «such fun,» you said, that classic summer.
(«Fun»–it always seemed to leave you at a loss…)
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You left North Haven, anchored in its rock,
afloat in mystic blue… And now–you’ve left
for good. You can’t derange, or rearrange,
your poems again. (But the sparrows can their song.)
The words won’t change again. Sad friend, you cannot change.
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Elizabeth Bishop
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North Haven
Obra poética
Editorial Igitur
Tarragona 2008
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