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A maioria da gente enferma de não sabe[r] dizer o que vê e o que pensa. Dizem que não há nada mais difícil
do que definir em palavras uma espiral: é preciso, dizem, fazer no ar, com a mão sem literatura, o gesto,
ascendentemente enrolado em ordem, com que aquela figura abstrata das molas ou de certas escadas se
manifesta aos olhos. Mas, desde que nos lembremos que dizer é renovar, definiremos sem dificuldade uma
espiral: é um círculo que sobe sem nunca conseguir acabar-se. A maioria da gente, sei bem, não ousaria definir
assim, porque supõe que definir é dizer o que os outros querem que se diga, que não o que é preciso dizer para
definir. Direi melhor: uma espiral é um círculo virtual que se desdobra a subir sem nunca se realizar. Mas não,
a definição ainda é abstrata. Buscarei o concreto, e tudo será visto: uma espiral é uma cobra sem cobra enroscada
verticalmente em coisa nenhuma. Toda a literatura consiste num esforço para tornar a vida real. Como todos sabem,
ainda quando agem sem saber, a vida é absolutamente irreal na sua realidade direta; os campos, as cidades, as idéias,
são coisas absolutamente fictícias, filhas da nossa complexa sensação de nós mesmos. São intransmissíveis todas as
impressões salvo se as tornarmos literárias. As crianças são muito literárias porque dizem como sentem e não como
deve sentir quem sente segundo outra pessoa. Uma criança, que uma vez ouvi, disse, querendo dizer que estava à beira
de chorar, não «tenho vontade de chorar», que é como diria um adulto, isto é um estúpido, senão isto, «Tenho vontade
de lágrimas». E esta frase, absolutamente literária, a ponto de que seria afetada num poeta célebre, se ele a pudesse
dizer, refere resolutamente a presença quente das lágrimas a romper das pálpebras conscientes da amargura líquida.
«Tenho vontade de lágrimas»! Aquela criança pequena definiu bem a sua espiral. Dizer! Saber dizer! Saber existir pela
voz escrita e a imagem intelectual! Tudo isto é quanto a vida vale: o mais é homens e mulheres, amores supostos e
vaidades factícias, subterfúgios da digestão e do esquecimento, gentes remexendo- se, como bichos quando se levanta
uma pedra, sob o grande Pedregulho abstrato do céu azul sem sentido.
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472
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La mayoría de la gente se enferma de no sabe[r] decir lo que ve o lo que
piensa. Dicen que no hay nada más difícil que definir con palabras una espiral: es
preciso, dicen, hacer en el aire, con la mano sin literatura, el gesto,
ascendentemente enrollado en orden, con que esa figura abstracta de los muelles o
de ciertas escaleras se manifiesta a los ojos. Pero, siempre que nos acordemos de
que decir es renovar, definiremos sin dificultad una espiral: es un círculo que sube
sin conseguir cerrarse nunca. La mayoría de la gente, lo sé bien, no osaría definir
así, porque supone que definir es decir lo que los demás quieren que se diga, que
no lo que es preciso decir para definir. Lo diré mejor: una espiral es un círculo
virtual que se desdobla subiendo sin realizarse nunca. Pero no, la definición es
todavía abstracta. Buscaré lo concreto, y todo será visto: una espiral es una
serpiente sin serpiente enroscada verticalmente en ninguna cosa.
Toda la literatura consiste en un esfuerzo por tornar real a la vida. Como todos
saben, hasta cuando hacen sin saber, la vida es absolutamente irreal en su realidad
directa; los campos, las ciudades, las ideas, son cosas absolutamente ficticias, hijas
de nuestra compleja sensación de nosotros mismos. Son intransmisibles todas las
impresiones salvo sí las convertimos en literarias. Los niños son muy literarios
porque dicen como sienten y no como debe sentir quien siente según otra persona.
Un niño, al que una vez oí, dijo, queriendo decir que estaba al borde del llanto, no
«tengo ganas de llorar», que es lo que diría un adulto, es decir, un estúpido, sino
esto: «Tengo ganas de lágrimas.» Y esta frase, absolutamente literaria, hasta el
punto de que resultaría afectada en un poeta célebre, si él la pudiese decir, alude
decididamente a la presencia caliente de las lágrimas rompiendo en los párpados
conscientes de la amargura líquida. «Tengo ganas de lágrimas!» Aquel niño
pequeño definió bien su espiral.
¡Decir! ¡Saber decir! ¡Saber existir por medio de la voz escrita y la imagen
intelectual! Todo esto es cuanto la vida vale: lo demás es hombres y mujeres,
amores supuestos y vanidades falsas, subterfugios de la digestión y del olvido,
gentes que se agitan, como bichos cuando se levanta una piedra, bajo el gran
pedrusco abstracto del cielo azul sin sentido.
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27-7-1930
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Fernando Pessoa
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Del español:
Libro del desasosiego 472
Título original: Livro do Desassossego
© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984
© Ed© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Segunda edición
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Del portugués:
Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares
© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises
© Editora Brasiliense
2ª edición
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