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el cerdo
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Me habían puesto una falda nueva porque llegaba gente,
el agua de colonia,
rescatada de la profundidad de los armarios,
resbalaba por mi frente
una vez al año, por diciembre,
tibia.
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Tengo una capacidad de olvido propia de la niñez,
pero mi casa no tenía un lugar para la muerte,
así que había que morir en el pasillo,
improvisar su ataúd de sal,
una roldana de muerte
en el rellano de la escalera.
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Y atravesar la escena
sólo para beber agua.
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Las tripas, el riñón, el corazón, el hígado,
desaparecen pronto de mis sueños.
Su llanto en mi cabeza reproduce débiles resonancias.
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Luisa Castro
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El cerdo
Los Hábitos del Artillero, 1990
Poesía en el campus 22
Revista oral de poesía
Curso 1992-1993
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