–
Entraron unas mujeres bellísimas, sin cuello ni cabeza,
con deslumbrantes trajes que parecían antiguos y modernos.
Faldas muy amplias, cintura justa y el busto acaso velado.
Iban descalzas con uñas bermejas, y tampoco tenían manos.
Los colores de las faldas eran desde el luminoso amarillo,
al verde áureo, al brillante como de sol y con franjas rojas.
–
Mi tío Enrique tenía trece años y clamó: –¡Yo ya puedo casarme!
–
Enlazó a una y se pusieron de baile. Y luego gritó: –¡Me dijo sí!
–
(¿Cómo? ¿Si no tenía boca?) Y fueron bailando hasta el patio,
y al jardín y al bosquecillo, a la umbría, al rincón, donde
siempre ocurrieron las cosas.
–
Pero nos dimos cuenta de que había una mujer que, en vez de ninguno,
tenía tres cuellos y sus respectivas cabezas. Y
todo era muy bello.
–
Sólo una era así. Y mi tío Ernesto, de catorce años, viéndola clamó:
–¡Yo ya puedo casarme!
–
Y la enlazó y se pusieron de baile y la besaba en las tres bocas. Decía:
–¡Es terrible! ¡Esto es gracioso! ¡Es tres!
–
Y salieron al patio y se fueron al bosque, al rinconcito donde se hacían las cosas.
–
Marosa di Giorgio
–
Transcripción del Camino de las Pedrerías
Relatos eróticos
Buenos Aires, El cuenco de plata, 2006
patriciadamiano.blogspot.com
0 comentarios