–
–
–
Black Stone On Top Of Nothing
–
–
Still sober, César Vallejo comes home and finds a black ribbon
around the apartment building covering the front door.
He puts down his cane, removes his greasy fedora, and begins
to untangle the mess. His neighbors line up behind him
wondering what’s going on. A middle-aged woman carrying
a loaf of fresh bread asks him to step aside so she
can enter, ascend the two steep flights to her apartment,
and begin the daily task of preparing lunch for her Monsieur.
Vallejo pretends he hears nothing or perhaps he truly
hears nothing so absorbed is he in this odd task consuming
his late morning. Did I forget to mention that no one else
can see the black ribbon or understand why his fingers
seem so intent on unraveling what is not there? Remember
when you were only six and on especially hot days
you would descend the shaky steps to the cellar
hoping at first that someone, perhaps your mother, would gradually
become aware of your absence and feel a sudden seizure
of anxiety or terror. Of course no one noticed. Mother
sat for hours beside the phone waiting, and now and then
gazed at summer sunlight blazing through the parlor curtains
while below, cool and alone, seated on the damp concrete
you watched the same sunlight filter through the rising dust
from the two high windows. Beside the furnace a spider
worked brilliantly downward from the burned-out, overhead bulb
with a purpose you at that age could still comprehend.
1937 would last only six more months. It was a Thursday.
Rain was promised but never arrived. The brown spider worked
with or without hope, though when the dusty sunlight caught
in the web you beheld a design so perfect it remained
in your memory as a model of meaning. César Vallejo
untangled the black ribbon no one else saw and climbed
to his attic apartment and gazed out at the sullen rooftops stretching
southward toward Spain where his heart died. I know this.
I’ve walked by the same building year after year in late evening
when the swallows were settling noiselessly in the few sparse trees
beside the unused canal. I’ve come when the winter snow
blinded the distant brooding sky. I’ve come just after dawn,
I’ve come in spring, in autumn, in rain, and he was never there.
–
–
From The Mercy (Alfred A. Knopf, 1999)
–
–
piedra negra sobre nada
–
–
Todavía sobrio, César Vallejo vuelve a casa y encuentra un lazo negro
alrededor del edificio de apartamentos, cubriendo la puerta de la calle.
Deja su bastón, se quita su grasiento sombrero, y comienza
a deshacer el enredo. Sus vecinos se amontonan tras él
preguntándose qué sucede. Una mujer madura que lleva
una barra de pan reciente le pide que se haga a un lado para que
pueda entrar, subir los dos tramos de empinadas escaleras hasta su apartamento,
y comenzar la tarea diaria de prepararle la comida a su Monsieur.
Vallejo hace como que no oye nada o quizá realmente
no oye nada de lo absorto que está en esta extraña tarea que le consume
las últimas horas de la mañana. ¿Me olvidé de mencionar que nadie más
es capaz de ver el lazo negro o entender por qué sus dedos
parecen tan decididos a desenredar lo que no está allí? Acuérdate de
cuando tenías solo seis años y en los días especialmente calurosos
acostumbrabas a descender los temblorosos escalones hasta el sótano
con la esperanza inicial de que alguien, quizá tu madre, se fuera poco a poco
dando cuenta de tu ausencia y sintiera un súbito ataque
de angustia o de terror. Por supuesto que nadie se daba cuenta. Madre
se sentaba aguardando durante horas junto al teléfono, de vez en cuando
echaba un vistazo al sol del verano que resplandecía a través de las cortinas del salón
mientras abajo, frío y solo, sentado sobre el hormigón húmedo
observabas el mismo sol filtrándose a través del polvo
desde los dos altos ventanucos. Junto a la caldera una araña
trabajaba con brillantez descendiendo desde la bombilla fundida del techo
con una determinación que a esa edad todavía podías comprender.
1937 duraría solamente seis meses más. Era jueves.
La lluvia había sido vaticinada pero no nunca llegó. La araña marrón trabajaba
con o sin esperanza, aunque cuando el polvoriento sol alcanzó
la tela pudiste contemplar un diseño tan perfecto que ha permanecido
en tu memoria como un modelo de algo significativo. César Vallejo
deshizo el lazo negro que nadie más veía y subió
hasta su ático y echó un vistazo afuera a las sombrías azoteas que se extendían
por el sur hacia España, donde murió su corazón. Conozco todo esto.
He caminado cerca del mismo edificio año tras año al caer la noche
cuando las golondrinas se acomodan sin un solo ruido en los escasos árboles
junto al canal abandonado. He venido cuando la nieve invernal
cegaba el distante cielo amenazante. He venido justo después del alba,
he venido en primavera, en otoño, bajo la lluvia, y él nunca estaba aquí.
–
–
Philip Levine, El Misericordia, 1999
–
0 comentarios