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la mejillonera de rock harbour


Llegué antes de que los acuarelistas

captasen la enjundia

de la luz del Cabo que barre

cascajo contra cristal adherido

y pule y suaviza las romas conchas

de las tres barcas pesqueras varadas

en la orilla del plano

desandado del río. Yo buscaba

tentadora carnada: mejillones azules

asidos como cebollas por la raíz

al borde de charcos de marea.

Bajísima marea auroral. Olí

fangoso hedor, bofes de conchas, excrementos

de gaviotas; oí curiosa, costrosa rebatiña

cesar al acercarme al acallado borde

del fondo de un craterino charco.

Los mejillones, mortecinamente azules

y llamativos, parecían

ladinos goznes de un mundo

cerrado contra mí. Todo estaba inmóvil.

Aunque conté escasos segundos,

cuantioso tiempo gasté en ganar

aplomo de salvoconducto

entre el submundo receloso

que me miraba. La hierba urdía garras;

botoncillos de fango, expulsados del fondo,

quitándose las cúpulas como

diminutos caballeros sus cascos. Los cangrejos

salían lentos de sus íntimos hoyos

y de fangosos canales, todos

camuflaban sus jaspeadas mallas

en pardos y verdes. Cada uno blandía

hinchada garra contra un escudo grande

cuanto él mismo: no era un brazo de broma

agigantado por la costumbre,

mas cruelmente crecido y cruelmente

blandido, cuyo uso

yo no concebía. Sibilantes

hordas multiazuzadas sesgadas

en convergente torrente hacia

la boca del estanque, quizás hacia

el perezoso y tenue hilo

de mar desandando su ruta

fluvial camino arriba.

¿Querían evitarme? Avanzaban

sesgadamente, con acuoso antojo

y goteo. ¿Sentían el fango

gratamente bajo sus pinzas

como yo entre mis dedos desnudos?

Pregunta que marcó el final: me aparté,

hermética, de una vez por todas,

suspensa al paso de sus filas

radicalmente extrañas

como suspendiérame

la clara cola del cometa Halley

fríamente permitiendo pasar

mi órbita, revelada

por un apellido del que

él nada supiera. Y así los cangrejos

seguían su camino, que no era

casual o banal, y yo llené

mi pañolón de azules

mejillones. Para los cangrejos,

si ver pudieran, yo sería

un mejillonero más. Entre la tupida

madeja herbosa encontré

la cáscara de un cangrejo, intacta,

extrañamente extraviada

sobre su fangoso mundo, y verde,

blanqueados sus bofes, esparcidos

doquier por viento y sol;

¿cómo saber si muriera

virgen o suicida

o tercamente colombino?

Su rostro cangrejil, trazado en aguafuerte.

Muecas contra calaverinas muecas:

tenía aire oriental,

máscara de samurai tallada

en colmillo de tigre, por Dios

más que por el arte. Lejos del mar:

donde pecosos dorsos cangrejiles, garras,

cangrejos enteros, muertos, sus empapados,

pálidos vientres vueltos boca arriba,

ejecutan patosos valses

sobre disolvente oleaje,

y vuelven, perdiéndose

pizca a pizca contra el afable

elemento: reliquia consoladora,

consuelo del sol rostricalvo.

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……….

Mussel hunter at Rock Harbour

I came before the water-

Colourists came to get the

Good of the Cape light that scours

Sand grit to sided crystal

And buffs and sleeks the blunt hulls

Of the three fishing smacks beached

On the bank of the river’s

Backtracking raíl. I’d come for

Free fish-bait: the blue mussels

Clumped like bulbs at the grass-root

Margin of the tidal pools.

Dawn tide stood dead low. I smelt

Mud stench, shell guts, gulls’ leavings;

Heard a queer crusty scrabble

Cease, and I neared the silenced

Edge of a cratered pool-bed

The mussels hung dull blue and

Conspicuous, yet it seemed

A sly world’s hinges had swung

Shut against me. All held still.

Though I counted scant seconds,

Enough ates lapsed to win

Confidence of safe-conduct

In the wary otherworld

Eyeing me. Grass put forth claws;

Small mud knobs, nudged from under;

Displaced their domes as tiny

Knights might doff their casques. The crabs

Inched from their pygmy burrows

And from the trench-dug mud all

Camouflaged in mottled mail

Of browns and greens. Each wore one

Claw swollen to a shieid large

As itself—no fiddlers arm

Grown Gargantuan by trade,

But grown grimly, and grimly

Borne, for a use beyond my

Guessing of it. Sibilant

Mass-motived hordes, they sidled

out in a converging stream

Toward the pool-mouth, perhaps to

Meet the thin and sluggish thread

Of sea retracing its tide—

Way up the river-basin.

Or to avoid me. They moved

Obliqueiy with a dry-wet

Sound, with a gliterry wisp

And trickle. Could they feel mud

Pleasurable under claws

As I could between bare toes?

That question ended it — I

Stood shut out, for once, for all,

Puzzling the passage of their

Absolutely alien

Order as I might puzzle

At the clear tail of Halley’s

Comet coolly giving my

Orbit the go-by, made known

By a family name it

Knew nothing of So the crabs

Went about their business, which

Wasn’t fiddling, and I filled

A bit handkerchief with blue

Mussels. From what the crabs saw,

If they could see, I was one

Two-legged mussel-picket:

High on the airy thatching

Of the dense grasses I found

The husk of a fiddler-crab,

Intact, strangely strayed above

His world of lmud—green colour

And innards bleached and blown off

Somewhere by much sun and wind;

There was no telling if he’d

Died recluse or suicide

Or headstrong Columbus crab.

The crab-face, etched and set there,

Grimaced as skulls grimace: it

Had an Oriental look,

A samurai death mask done

On a tiger tooth, less for

Art’s sake than God’s. Far from sea—

Where red-freckled crab-backs, claws

And whole crabs, dead, their soggy

Bellies pallid and upturned,

Perform their shambling waltzes

On the waves’ dissolving turn

And return, losing themselves

Bit by bit to their friendly

Element-this relic saved

Face, to face to bald-faced sun.

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Silvia Plath


La mejillonera de Rock Harbour

Poesía completa

Edición bilingüe

S. L. Bartleby Editores 

2008 Barcelona

Versión de Jesús Pardo

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

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