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Prufrock
y otras observaciones
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1917
For Jean Verdenal, 1889-1915
mort aux Dardanelles
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Or puoi la quantitate
comprender dell’ amor ch’ a te mi scalda
quando dismento nostra vanitate,
trattando l’ ombre come cosa salda.
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[Ahora puedes comprender
la cantidad del amor que por ti me enciende
cuando desmiento nuestra vanidad
tratando la sombra como cosa sólida.]
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La canción de amor de J. Alfred Prufrock
—
S`io credesse che mia risposta fosse
A persona che mai tornasse al mondo,
Questa fiamma staria senza piu scosse.
Ma perciocche giammai di questo fondo
Non torno vivo alcun, s’i’odo il vero,
Senza tema d’infamia ti rispondo.
–
[Si yo creyese que mi respuesta fuese
a persona que alguna vez volviera al mundo,
esta llama quedaría sin más sacudidas.
Pero como jamás desde este fondo
volvió nadie vivo, si es verdad lo que oigo,
sin temor de infamia te respondo.]
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Inferno, XXVII
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[ezcol_1half]–
Vamos entonces, tú y yo,
cuando el atardecer se extiende contra el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vamos, por ciertas calles medio abandonadas,
los mascullantes retiros
de noches inquietas en baratos hoteles de una noche
y restaurantes con serrín y conchas de ostras:
calles que siguen como una aburrida discusión
con intención insidiosa
de llevarnos a una pregunta abrumadora…
Ah, no preguntes “¿Qué es eso?”
Vamos a hacer nuestra visita.
–
En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.
–
La niebla amarilla que se restriega el lomo en los cristales de las ventanas,
el humo amarillo que se restriega el hocico en los cristales de las ventanas,
metió la lengua lamiendo los rincones del atardecer,
se demoró en los charcos quietos sobre los sumideros,
dejó que le cayera en el lomo el hollín que cae de las chimeneas,
resbaló por la azotea, dio un brinco repentino,
y, viendo que era una suave noche de octubre,
se enroscó una vez en torno a la casa y se quedó dormido.
–
Y claro que habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza por la calle
restregándose el lomo contra los cristales de las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar una cara para encontrar las caras que encuentras;
habrá tiempo de asesinar y de crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días de las manos
que levantan y dejan caer una pregunta en tu bandeja;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes de tomar té con tostadas.
–
En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.
–
Y claro que habrá tiempo
de preguntarse “¿Me atrevo?”, y “¿Me atrevo?”,
tiempo de volver atrás y bajar la escalera,
con un claro de calvicie en medio de mi pelo
(dirán: “¡Cómo le está clareando el pelo!”),
mi chaquet, mi cuello duro subiendo firmemente hasta la barbilla,
mi corbata rica y modesta, pero afirmada con un sencillo alfiler–
(dirán: “Pero ¡qué delgados tiene los brazos y las piernas!”)
¿Me atrevo
a molestar al universo?
En un minuto hay tiempo
de decisiones y revisiones que un minuto volverá del revés.
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Pues les he conocido ya a todos, les conozco a todos–
he conocido los anocheceres, mañanas, tardes,
he medido mi vida con cucharillas de café;
conozco las voces que mueren con una caída agonizante
bajo la música de un cuarto de más allá.
Así ¿cómo podría hacerme ilusiones?
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Y he conocido ya los ojos, los conozco todos–
los ojos que te miran fijos en una expresión formulada,
y cuando esté formulado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la pared,
¿cómo empezaría entonces
a escupir todas las colillas de mis días y maneras?
Y ¿cómo podría hacerme ilusiones?
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Y he conocido ya los brazos, los conozco todos–
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero, a la luz de la lámpara, con vello pardo claro!)
¿Es perfume de un traje de mujer
lo que me hace divagar así?
Brazos que se extienden en una mesa, o que se arropan en un chal.
¿Y cómo hacerme ilusiones entonces?
¿Y cómo iba a empezar?
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¿Diré que he pasado al oscurecer por estrechas calles
observando el humo que se eleva de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, asomados a la ventana?
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Debería yo haber sido un par de ásperas garras
corriendo por los fondos de mares silenciosos.
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¡Y la tarde, el anochecer, duerme tan pacíficamente!
Alisada por largos dedos,
dormida… cansada …o se hace la enferma,
extendida en el suelo, aquí junto a ti y a mí.
Debería yo, después del té con pastas y helados,
tener la energía de forzar el momento hasta su crisis?
Aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) presentada en una bandeja,
no soy ningún profeta –y no se trata aquí de nada importante;
he visto chisporrotear apagándose el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo alargándome mi abrigo y riéndose con disimulo,
y, en resumen, tuve miedo.
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Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla tuya y mía,
habría valido la pena
descabezar de un mordisco el asunto con una sonrisa,
apretar el universo en una bola
echándolo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,
decir: “Soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decíroslo todo, os lo diré todo” –,
si alguna, poniéndose una almohada junto a la cabeza,
dijera: “No es eso lo que yo quería decir en absoluto.
No es eso, de ningún modo”.
–
Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas de sol y los jardincillos delante de casa, y las calles regadas,
después de las novelas, después de las tazas de té, después de las faldas
que se arrastran por los suelos,
y esto, ¿y tanto más?
¡Es imposible decir precisamente lo que quiero decir!
Pero si una linterna mágica proyectara los nervios como estructuras en una pantalla:
habría valido la pena
de que alguna, acomodándose una almohada o tirando a un lado un chal,
y volviéndose a la ventana, dijera:
“Eso no es en absoluto,
eso no es lo que yo quería decir en absoluto.”
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¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que sirve
para hacer bulto en una comitiva, empezar alguna que otra escena,
aconsejar al príncipe: sin duda, un fácil instrumento,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto y meticuloso;
lleno de elevado fraseo, pero un poco obtuso;
a veces, incluso, casi ridículo–
a veces, casi, un Bufón.
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Envejezco… envejezco…
Tengo que llevar vueltas en los bajos de los pantalones.
–
¿Me saco raya en el pelo por detrás?
¿Me atrevo a comerme un melocotón?
Me pondré pantalones blancos de franela, y pasearé por la playa.
He oído a las sirenas cantándose unas a otras.
–
No creo que me canten a mí.
–
Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el blanco pelo de las olas echando atrás
cuando el viento sopla el agua hasta ponerla blanca y negra.
–
Nos hemos demorado en las cámaras del mar
junto a ondinas enguirnaldadas de algas, en rojo y pardo,
hasta que nos despierten voces humanas y nos ahoguemos.
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Let us go, then, you and I,
When the evening is spread out against the sky
Like a patient etherised upon a table;
Let us go, through certain half-deserted streets,
The muttering retreats
Of restless nights in one-night cheap hotels
And sawdust restaurants with oyster-shells:
Streets that follow like a tedious argument
Of insidious intent
To lead you to an overwhelming question…
Oh, do no ask, ‘What is it?’
Let us go and make our visit.
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In the room the women come and go
Talking of Michelangelo.
–
The yellow fog that rubs its back upon the window-panes,
The yellow smoke that rubs its muzzle on the window-panes,
Licked its tongue into the corners of the evening,
Lingered upon the pools that stand in drains,
Let fall upon its back the soot that falls from chimneys,
Slipped by the terrace, made a sudden leap,
And seeing that it was a soft October night,
Curled once about the house, and fell asleep.
–
And indeed there will be time
For the yellow smoke that slides along the street
Rubbing its back upon the window-panes;
There will be time, there will be time
To prepare a face to meet the faces that you meet;
There will be time to murder and create,
And time for all the works and days of hands
That lift and drop a question on your plate;
Time for you and time for me,
And time yet for a hundred indecisions,
And for a hundred visions and revisions,
Before the taking of a toast and tea.
–
In the room the women come and go
Talking of Michelangelo.
–
And indeed there will be time
To wonder, ‘Do I dare?’ and, ‘Do I dare?’
Time to turn back and descend the stair,
With a bald spot in the middle of my hair –
(They will say: ‘How his hair is growing thin!’)
My morning coat, my collar mounting firmly to the chin,
My necktie rich and modest, but asserted by a simple pin –
(They will say: ‘But how his arms and legs are thin!’)
Do I dare
Disturb the universe?
In a minute there is time
For decisions and revisions which a minute will reverse.
–
For I have known them all already, known them all –
Have known the evenings, mornings, afternoons,
I have measured out my life with coffee spoons;
I know the voices dying with a dying fall
Beneath the music from a farther room.
So how should I presume?
–
And I have known the eyes already, known them all –
The eyes that fix you in a formulated phrase,
And when I am formulated, sprawling on a pin,
When I am pinned and wriggling on the wall,
Then how should I begin
To spit out all the butt-ends of my days and ways?
And how should I presume?
–
And I have known the arms already, known them all –
Arms that are braceleted and white and bare
(But in the lamplight, downed with light brown hair!)
Is it perfume from a dress
That makes me so digress?
Arms that lie along a table, or wrap about a shawl.
And should I then presume? And how should I begin?
…..
Shall I say, I have gone at dusk through narrow streets
And watched the smoke that rises from the pipes
Of lonely men in shirt-sleeves, leaning out of windows?…
–
I should have been a pair of ragged claws
Scuttling across the floor of silent seas.
…..
And the afternoon, the evening, sleeps so peacefully!
Smoothed by long fingers,
Asleep… tired… or it malingers,
Stretched on the floor, here beside you and me.
Should I, after tea and cakes and ices,
Have the strength to force the moment to its crisis?
But though I have kept my head (grown slightly bald) brought in
upon a platter,
I am no prophet – and here’s no great matter;
I have seen the moment of my greatness flicker,
And I have seen the eternal Footman hold my coat, and snicker,
And in short, I was afraid.
–
And would it have been worth it, after all,
After the cups, the marmalade, the tea,
Among the porcelain, among some talk of you and me,
Would it have been worth while,
To have bitten off the matter with a smile,
To have squeezed the universe into a ball
To roll it towards some overwhelming question,
To say: ‘I am Lazarus, come from the dead,
Come back to tell you all, I shall tell you all’–
If one, settling a pillow by her head,
Should say: ‘That is not what I meant at all,
That is not it, at all.’
–
And would it have been worth it, after all,
Would it have been worth while,
After the sunsets and the dooryards and the sprinkled streets,
After the novels, after the tea cups,after the skirts that trail along the
floor–
And this, and so much more?–
It is impossible to say just what I mean!
But as if a magic lantern threw the nerves in patterns on a screen:
Would it have been worth while
If one, settling a pillow or throwing off a shawl,
And turning toward the window, should say:
‘That is not it at all,
That is not what I meant, at all.’
…..
No! I am not Prince Hamlet, nor was I meant to be;
Am an attendant lord, one that will do
To swell a progress, start a scene or two,
Advise the prince; no doubt, an easy tool,
Deferential, glad to be of use,
Politic, cautious, and meticulous;
Full of high sentence, but a bit obtuse;
At times, indeed, almost ridiculous –
Almost, at times, the Fool.
–
I grow old… I grow old…
I shall wear the bottoms of my trousers rolled.
–
Shall I part my hair behind? Do I dare to eat a peach?
I shall wear white flannel trousers, and walk upon the beach.
I have heard the mermaids singing, each to each.
–
I do not think that they will sing to me.
–
I have seen them riding seaward on the waves
Combing the white hair of the waves blown back
When the wind blows the water white and black.
–
We have lingered in the chambers of the sea
By sea-girls wreathed with seaweed red and brown
Till human voices wake us, and we drawn.
–
Eliot, Thomas Stearns
–
La canción de amor de J. Alfred Prufrock
En Prufrock y otras observaciones
De Poesías reunidas (1902-1962), Alianza Editorial, 2008, Madrid
Traducción de José María Valverde
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