Polina es una oscuridad, un túnel, una tormenta. Nadie la busca ni la reconoce. Ella ve en bruto
su tiempo futuro, abierto en canal, como la boca de una cueva.
Tiene los átomos grandes de la belleza o de la pasión, y el alma glandular y colérica, desordenada
de entrañas, inextensa, de alcance abstracto y aventurado.
Ha elegido presentarse figurativa, audaz, siniestramente hermosa, con un espléndido drama escénico
de uñas azules y melena en llamarada; los ojos agazapados, al acecho, de mirar silencioso.
Y, naturalmente, con su afecto, para dolerse si le duele; o para extraerse dulcemente y hablar sola
cuando se siente más amorosa, más tierna.
A Polina, sigilosa como una fiera o una cazadora, siempre se la ve de pronto y cuando ya es demasiado
tarde.
Tal vez la indumentaria de fuegos y cuchillos, todos los signos de ataque, de eficaz y experta depredadora,
sean más bien su defensa, la protección contra el gran temor de sí misma, del miedo que tiene a su corazón
apasionado y desobediente que enseguida necesita y se enamora y se entrega.
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