radiografía
Pues sí, la felicidad de la niñez amortigua
cualquier sufrimiento en la edad madura.
Pero mis hijas no han sido tan felices
cuando me separé. La mayor, con cinco años,
se quedó llorando al verme marchar.
Algo que ahora sé, no tendría que haber ocurrido.
Como tampoco aquel día. Me encontraba trabajando
en mi escritorio y sentí un dolor punzante
en la muñeca; de manera espontánea,
se rompió un hueso. Fui al traumatólogo,
era mi primera visita. Y al entrar por la puerta
me dijo sin conocerme: “Esos poemas…”
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El poeta nos cuenta dos asuntos cuya única conexión es,
en apariencia, el dolor, el sufrimiento: el llanto de su hija
al verlo marcharse y la fractura espontánea de un hueso
de la muñeca.
El médico, que no lo conocía, adivina o sabe que la fractura
ha sido producida por la poesía, por escribir poemas.
Como si el dolor saltara del primer asunto al segundo asunto,
y del segundo al primero, un puente de dolor entre dos
sufrimientos. Como si el llanto de su hija le hubiese fracturado
la muñeca o como si los poemas fueran la causa o el resultado
del llanto de su hija y, extrañamente, el médico supiera, conociera
esas conexiones de dolor a dolor, el salto entre dolores, la trama
del sufrimiento.