he vuelto a ver a mi padre
para León Bolaño
La historia comienza con la llegada del sexto enfermo,
un tipo de más de sesenta, solo, de enormes patillas,
con una radio portátil y una o dos novelas de aquellas
que escribía Lafuente Estefanía.
Los cinco que ya estábamos en la habitación éramos amigos,
es decir nos hacíamos bromas y conocíamos
los síntomas verdaderos de la muerte,
aunque ahora ya no estoy tan seguro.
El sexto, mi padre, llegó silenciosamente
y durante todo el tiempo que estuvo en nuestra habitación
casi no habló con nadie.
Sin embargo una noche, cuando uno de los enfermos se moría
(Rafael, el de la cama no 4)
fue él quien se levantó y llamó a las enfermeras.
Nosotros estábamos paralizados de miedo.
Y mi padre obligó a las enfermeras a venir y salvó al enfermo
de la cama n° 4
y luego volvió a quedarse dormido
sin darle ninguna importancia.
Después, no sé por qué, lo cambiaron de habitación.
A Rafael lo mandaron a morir a su casa y a otros dos
los dieron de alta.
Y a mi padre hoy lo volví a ver.
Como yo, sigue en el hospital.
Lee su novela de vaqueros y cojea de la pierna izquierda.
Su rostro está terriblemente arrugado.
Aún lo acompaña la radio portátil de color rojo.
Tose un poco más que antes y no le da mucha importancia a las cosas.
Hoy hemos estado juntos en la salita, él con su novela
y yo con un libro de William Blake.
Afuera atardecía lentamente y los coches fluían como pesadillas.
Yo pensaba y pensaba en mi padre, una y otra vez,
hasta que este se levantó, dijo algo
con su voz aguardentosa
que no entendí
y encendió la luz.
Eso fue todo. El encendió la luz y volvió a la lectura.
Praderas interminables y vaqueros de corazones fieles.
Afuera, sobre el Monte Carmelo, pendía la luna llena.
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