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epitafio
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Apareció un día de tantos
se supone.
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Al principio solía beber vino a tragos lentos
en el último bar de aquella playa oscura
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pronunciando los nombres de los mariscos
de una manera que llamaba a risa
y cantando confusas baladas que ninguno de los pobres borrachos
entendía.
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Después se fue quedando aquí simplemente
sudoroso y rojísimo bajo el sol obstinado
casó con una puta oscura -santa mujer de lástima-
inaugurando una larga vecindad de silencio.
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Phillips O’Mannion los ojos y el recuerdo llenos de su Irlanda natal
murió ayer en la calle las manos crispadas junto al pecho
sin pronunciar una palabra
sin alarmar a nadie
como quien paga por la vida poco precio.
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Al estarle enterrando se rompieron las cuerdas
y el féretro cayó de golpe saltándose la tosca tapa de pino.
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Su compañera -los labios despintados-
le echó el primer puñado de tierra
directamente en el rostro.
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