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No era alta la escalinata. Mil veces conté los escalones, subiendo, bajando;
hoy, sin embargo, la cifra se ha borrado de la memoria.
Nunca he sabido si el uno hay que marcarlo sobre la acera, el dos sobre el primer escalón,
y así, o si la acera no debe contar. Al llegar al final de la escalera, me asomaba al mismo dilema.
En sentido inverso, quiero decir de arriba abajo, era lo mismo, la palabra resulta débil.
No sabía por dónde empezar ni por dónde acabar, digamos las cosas como son.
Conseguía pues tres cifras perfectamente distintas, sin saber nunca cuál era la correcta.
Y cuando digo que la cifra ya no está presente, en la memoria, quiero decir que ninguna
de las tres cifras está presente, en la memoria. Lo cierto es que si encuentro en la memoria,
donde seguro debe estar, una de esas cifras, sólo encontraré una, sin posibilidad de deducir,
de ella, las otras dos. E incluso si recuperara dos no por eso averiguaría la tercera.
No, habría que encontrar las tres, en la memoria, para poder conocerlas, todas, las tres.
Mortal, los recuerdos. Por eso no hay que pensar en ciertas cosas, cosas que te habitan por dentro,
o no, mejor sí, hay que pensar en ellas porque si no pensamos en ellas, corremos el riesgo
de encontrarlas, una a una, en la memoria. Es decir, hay que pensar durante un momento,
un buen rato, todos los días y varias veces al día, hasta que el fango las recubra,
con una costra infranqueable. Es un orden.
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Samuel Beckett
El Expulsado
Tusquets Ed., Barcelona, 1970
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