Sara está hermosa de traje o de vestido de falda corta, que se ha subido más,

hasta donde terminan las medias con un ancho refuerzo negro en el que se pinzan

las ligas, que es donde tiene las dos manos acariciándose los muslos y donde

ha dejado una breve y escasa franja de blanquísimo muslo que restalla como un

resplandor de luz en la nieve.

Tal vez está ya atrapada por el placer de las caricias, que le hace cruzar los muslos

y se apodera de la expresión de su rostro, haciendo que sus ojos miren hacia adentro

y que su boca se entreabra con la dimensión general del placer.

Sara está hermosa de manos anilladas que tienen argumentos de caricia que va subiendo,

está hermosa mientras el primer placer la captura y la convence y le va haciendo buscar

posturas, posiciones de las piernas y del talle, la va obligando a plegarse y replegarse

para estar cada vez más cerca, más al alcance de sí misma.

El placer la hará estremecerse y arder: lentísimo y urgente, epidérmico y profundo, purísimo

y hermoso como una fruta rodante, como una fruta madura y dulce que se irá hundiendo en

su vientre, en sus entrañas, y tal vez allí, en su nudo central, Sara podrá estrujarla hasta que

estallen sus sustancias puras.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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