ruedas dentro de ruedas

 

 

 

 

I

 

 

La primera captación en serio que tuve de las cosas.

fue cuando aprendí el arte de pedalear

(con la mano) una bici, colocada al revés

e impulsé la rueda trasera preternaturalmente ligero.

Yo amaba la desaparición de los rayos

el modo como el hueco entre el eje y la llanta

susurraba transparente. Si le arrojabas

una papa, el aire enmarcado en el aro

revolvía papilla y te la salpicaba en la cara;

si lo tocabas con una paja, la pajita chasqueaba.

Algo acerca del modo de esos impulsos pedaleros

funcionaba al principio muy palpablemente en tu contra

y luego comenzaba a impeler tu mano hacia delante

hacia un envión nuevo…; todo eso entraba en mí

como un acceso de poder libre, como si la fe

capturara y revolviera los objetos de la fe

en una órbita lindera con la añoranza.

 

 

II

 

 

Pero lo bastante no era bastante. ¿Quién ha visto

alguna vez el límite de lo otorgado?

En unos  campos más allá de casa había un pozo

(lo llamábamos “El pozo”. Era más que un agujero

con agua, con espinos pequeños

de un lado, y del otro, un fango cenagoso

todo pisoteado por ganado).

También amaba eso. Amaba el olor turbio,

la vida sumidera del lugar como aceite viejo de cadena.

Allí, acto seguido, llevé la bicicleta.

coloqué el asiento y el manubrio

en el fondo suave, hice que las cubiertas

tocaran la superficie del agua y luego di vuelta los pedales

hasta que, como una rueda de molino arrojando con el pedaleo,

(pero aquí a la inversa y azotando una cola de caballo)

la rueda trasera sumergida, refrescando el mundo

revolvía un rociado y espuma de suciedad ante mis ojos

y me bañaba con mis propios barros regenerados.

Durante semanas hice un nimbo de viejo destello.

Luego el eje se engranó, las llantas se oxidaron, la cadena se cortó.

 

 

III

 

 

Nada igualó esa ocasión después de aquello

hasta que en el circo, entre tambores y spots,

chicas vaqueras giraron, cada una inmaculada

en el centro inmóvil de un lazo.

Perpetuum mobile. Pura pirueta

Acróbatas, funambulistas. Volteretas. Stet!

 

 

 

 

 

 

 

wheels within wheels

 

 

 

I

 

 

The first real grip I ever got on things

Was when I learned the art of pedalling

(By hand) a bike turned upside down, and drove

Its back wheel preternaturally fast.

I loved the disappearance of the spokes,

The way the space between the hub and rim

Hummed with transparency. If you threw

A potato into it, the hooped air

Spun mush and drizzle back into your face;

If you touched it with a straw, the straw frittered.

Something about the way those pedal treads

Worked very palpably ay first against you

And then began to sweep your hand ahead

Into a new momentum – that all entered me

Like an access of free power, as if relief

Caught up and spun the objects of belief

In an orbit coterminous with longing.

 

 

II

 

 

But enough was not enough. Who ever saw

The limit in the given anyhow?

In fields beyond our house there was a well

(‘The well’ we called it. It was more a hole

With water in it, with small hawthorn trees

On one side, a muddy, dungy ooze

On the other, all tramped through by cattle).

I loved that too. I loved the turbid smell,

The sump-life of the place like old chain oil.

And there, next thing, I brought my bicycle.

I stood its saddle and its handlebars

Into the soft bottom, I touched the tyres

To the water’s surface, then turned the pedals

Until like a mill-wheel pouring at the treadles

(But here reversed and lashing a mare’s tail)

The world-refreshing and immersed back wheel

Spun lace and dirt-suds there before my eyes

And showered me in my own regenerate clays.

For weeks I made a nimbus of old glit.

Then the hub jammed, rims rusted, the chain snapped.

 

 

III

 

 

Nothing rose to the occasion after that

Until, in a circus ring, drumrolled and spotlit,

Cowgirls wheeled in, each one immaculate

At the still centre of a lariat.

Perpetuum mobile. Sheer pirouette.

Tumblers, jongleurs. Ring-a-rosies. Stet !

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

seamus heaney

 

Versión de Miguel A. Montezanti

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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