balconcillos 10

 

 

Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo

 

 

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Ay, malone, el viejo cascarrabias, está, como tantas veces, haciendo planes para lo que

él llama su muerte inminente: el próximo mes, quizá. Con todo, considera que lo mejor será

no precipitar las cosas y dejarse morir: de forma neutral e inerte, sin exagerar nada -desde luego-,

sin exaltarse: morir tibiamente, sin entusiasmo. Dice que pronto, al fin, podrán enterrarlo y que ya no

volveremos a verlo sobre la superficie. Malone, maldito embustero. Si, por lo menos, se portara

un poco mejor con el cosmos, si le prestara un poco de atención.

Mira, mira: el pan está cortado de forma distinta y llueve con otras gotas: tal vez algo esté

cambiando. ¿Crees -también tú- que hay más estrellas de las necesarias? Vamos, vamos, aunque

no seas amante de los juegos de azar, apuesta, vale la pena: ¿por qué miró atrás la esposa de lot?

¿curiosidad, su escudilla de plata, por no ver la siempre bien rasurada nuca de su marido? O tal vez

ante la futilidad de la vida errante que estaba iniciando. Desamparo, vergüenza, o para regodearse

con semejante destrucción. Se admiten apuestas, vamos, vamos.

No es frecuente verlos porque donde hay multitud no están ellos. Además, no son muchos. Déjalo,

anda, no creo que descubras por aquí a ninguno de los tipos raros. Sí, claro que ellos saben de dónde

proviene el horror que nos lleva a la locura y a la muerte: el cordón del zapato que se rompe cuando

se tiene prisa; 105 dólares por una puesta a punto del coche; y además, siempre hay gente que

insiste en que son amigos tuyos. Y cosas peores: pelo largo y pelo corto; grifos que gotean y grifos que

no dan agua o que gotean sin gotear, amargamente. Da igual que vivas en un primero: lo sé todo de ti.

Y, sobre todo: la experiencia individual es siempre demasiado grande o demasiado pequeña.

Antes de seguir, comprueba, por favor, si estás en el balconcillo que has elegido. Revisa tu posición,

el equilibrio y la perspectiva. Bien, vamos allá, sigamos.

Al norte de la línea de sombras, donde todo hace agua: rompientes. ¿Preferimos la mortalidad o la

eternidad? ¿Cuál es nuestra inocencia, cuál es nuestra culpa? Ay, la lluvia cae y cae. Permanecemos callados,

callados. Llueve, llueve. El sol y la luna se mueven, nosotros bajamos la cabeza y nos quedamos inmóviles.

Que alguien nos diga cuándo cambiará el viento. Venimos de la luna, venimos de la noche: venimos de la cuna

grande y de la cuna pequeña. Esperamos a Rimbaud, esperamos que regrese a sus ojos azules y que nos

ayude a expulsar del planeta a los altos funcionarios.

Una verde vid cuelga del techo. Dicen, dicen que van a derribar este lugar: pertenece a un luchador japonés

que se llama Fuji. El perro gruñe al cielo helado. Van a derribar este lugar, construirán un edificio para 50 personas

con ingresos estables. Pero interesémonos, preocupémonos: ¿qué será de las 50 personas con ingresos estables

cuando el Cordero abra los siete sellos? Del primer sello, un caballo blanco montado por un arquero: las 50 personas

contienen la respiración y piensan en deshacerse de los ingresos estables.

Abre el segundo sello y sale un caballo rojo: el que lo monta puede quitar la paz y lleva una gran espada. Tiene

poder, ay, para que se maten unos a otros. Las 50 personas con ingresos estables pierden la paz pero no se matan

entre ellas. Del tercer sello sale un caballo negro montado por un extraño jinete que lleva en la mano una balanza.

Compra o vende trigo y cebada, y no puede hacer daño alguno al vino ni al aceite. Las 50 personas con ingresos

estables piensan en comprar o en vender al jinete de la balanza, que pasa raudo en su negro caballo. Del cuarto

sello sale un caballo pálido: el que va montado sobre él, se llama Muerte. Si quieres conocer el desenlace, el destino

de las 50 personas con ingresos estables, asómate con cautela a los balconcillos para verlos vivir o morir: quizás

aprendas algo de los sucios criterios de la Muerte.

Kenneth nos cuenta de su mundo, más tranquilo, sin duda, que el apocalíptico. Todas las muchachas han

envejecido bajo la luz violeta de la lluvia: sus ojos están velados, sus bocas están aplastadas, las fiestas están

muertas. El viento vira, trayendo frío y un orgánico olor del océano.

Muerte, destrucción, deterioro. Y los caballos: blanco, rojo, negro, pálido. Tal vez es impúdica la alegría superficial.

Tal vez conviene evitar la frivolidad. Tal vez nuestro porvenir rueda sobre el gran ojo blanco de un caballo tuerto y

nuestras acciones se inscriben sobre un lazo negro. Tal vez el cansancio pone raíces de plomo en nuestro cuerpo

y tenemos que irnos ebrios, atados a la cola de una mula, rodeados de moscas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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