balconcillos 12

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Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo

 

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De entrada, tenemos algunas (pequeñas) noticias a las que podríamos llamar cotilleos o chimes o chismorreos si no conociéramos a algunos de los muchachos y no supiéramos cómo se las  gastan. El gato de nicanor, dios mío, cómo está envejeciendo. Hace pocos meses lo detectaba todo con sus bigotes eléctricos y todo tenía para él un valor específico. Hasta su propia sombra le parecía sobrenatural. Ahora, duerme cerca del fuego y pasa de todo, al menos en apariencia: su espinazo blanco de ceniza indica que el gato está más allá del bien y del mal, mucho más  allá.

Fabio conoció, al parecer, a los amantes de pompeya, a los que la lava del vesubio (y los dioses, claro) escondió. Se desnudaron tanto que olían a quemado, se desnudaron tanto que no se conocían. Se desnudaron (también) por dentro. Se desquiciaron tan hondo. Se desmintieron el uno al otro de cabo a rabo, hasta devolverse a sus primeros actos: sólo el amor sabe cómo llegar tan hondo sin hacer sangre. O haciendo sangre, que es la resolución de leopoldo maría: te mataré mañana y amaré tu fantasma y será así tu lápida para mí el primer lecho para soñar con dioses, y árboles, y madres, para jugar también con los dados de la noche.

Y gonzalo, también gonzalo nos cuenta su terrible historia de amor: me asfixiaba en tu perfume cada noche. Allí, bella entre todas, reinabas para mí, sobre las nubes de la miseria. Tus ojos despedían rayos verdes y azules. Tu corazón goteaba en el pozo de tu boca profunda. Y allí donde bailaste desnuda para mí, todo era olor a muerte. No he podido saciarme nunca en nadie y  ya no pude sino bajar terriblemente solo a buscar mi cabeza por el mundo.

Y el bueno de antonio también quiere hablar de amor, y dice: estoy triste a tu lado porque tú sólo me amas con amor. Caray con antonio. Y sigue, sigue: ¿qué hago yo delante de este abismo  difícil? Es como acercar el rostro a una rosa enferma, indecisa entre el perfume y la muerte. Wow, vaya con antonio. Dame lo que quieras, dame una piedra, una sombra, una estrella destruida. Uf, no nos deja descansar. Sigue diciendo: desde un hotel exterior al destino, tu cansancio se llena de pétalos. Bien, bravo, esto es nombrar, decir.

Joaquín, por su parte, quiere hablar de moscas: se queja de que en la muerte de una mosca hay una certeza de orden, mientras que él ignora la ley de su propia disolución. Y aún lo dice de  otra manera, dice que a él, la muerte no le reserva la lógica suave, la tranquila mecánica de la muerte de la mosca, sino un final inexacto, sometido a un desesperado anhelo personal. Joaquín, que la tiene tomada con las moscas, criaturillas de Dios, cuenta que se le metió una en su cuarto cuando buscaba el origen de la felicidad: cayó azulado, estrepitoso y bello, como un soldado joven, sobre su cama. Hay que ver, hay que ver.

Al escuchar estas historias, oscurece como cuando cerramos los ojos para no ver, apretando con fuerza los párpados. Como ese árbol sin hojas ya y sin sabia que nadie sabe por qué está en pie sobre la tierra, en medio de la noche. Habremos de escoger las líneas transversales, aquellas que nos lleven de dolor en dolor en menos tiempo, tal vez como las líneas amarillas del metro, que no se detienen en ninguna estación y bajan veloces hacia el centro de la tierra, y vuelven a subir sólo cuando los vagones huelen a carne quemada. Algo similar sucedió con aquella mujer semirroída, masticada, seca, y aún fosforescente que iluminó a chester noches y noches y no se apagó todavía y brilla, brilla donde empieza el camino del sur.

Hay días, quizá tristes, en los que sólo se oye el zumbido de la pena, como si estuviéramos a ambos lados del cadáver, con la cabeza apedreada, pensando hasta ensangrentarnos. Otros días, el cáncer, el salario y la muerte nos salvan de la lógica y del sentido exacto de las vidas. Y Concha se siente agotada, como si la sensación de ser ella misma la golpease en un centro conocido pero ignorado, oyendo los dulces e inhumanos sonidos del agua azotando el muelle. Parece que hoy les ha dado a los muchachos por hablar con propiedad. A veces, algunos días, a ratos, sin darse cuenta, rivalizan en combinar precisión e imprecisión en las palabras de un poema.

¿Tiene usted un sobrenombre, un alias, un apodo? Claro, claro: me llamo joya ahogada, fruta que se niega a abrirse, infanta sin castillo. Pero no quiero acabar preguntándome si he hecho de mi vida algo particular y verdadero; no quiero encontrarme a mí misma suspirando, asustada, o llena de argumentos. No quiero acabar simplemente habiendo visitado este mundo, como el que se va un fin de semana a benidorm a comer paella con unos medio parientes de su novio, que han venido del pueblo porque querían ver el mar. Sólo buscamos el hilo de seda que sale del corazón a sujetar las cosas y retenerlas en el instante en que cruzan de la luz a la sombra.

Sólo buscamos conexiones y descargas misteriosas, ay, no interrumpa, por favor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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