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Amo, en las tardes demoradas del verano, el sosiego de la parte baja de la ciudad, y sobre todo ese
sosiego que el contraste acentúa allí donde el día se sumerge en un bullicio mayor. La Calle del Arsenal, la Calle
de la Aduana, la prolongación de las calles tristes que se arrastran hacia el este a partir de donde termina la Aduana,
toda la línea apartada de los muelles tranquilos —todo esto me consuela tristemente, si me introduzco, esas tardes,
en la soledad de su conjunto.
Vivo una época anterior a aquella en que vivo; disfruto de sentirme coevo de Cesário Verde, y tengo en mí,
no otros versos como los suyos, sino la substancia igual a la de los versos que fueron suyos. Arrastro por allí, hasta
que llega la noche, una sensación de vida parecida a la de esas calles. De día, están llenas del bullicio que no quiere
decir nada; de noche, están llenas de una falta de bullicio que no quiere decir nada.
Yo, de día soy nulo, y de noche soy yo. No existe diferencia entre mí y las calles del lado de la Aduana,
salvo que ellas son calles y yo soy alma, lo que puede ser que no valga nada ante lo que es la esencia de las cosas.
Hay un destino igual porque es abstracto, para los hombres y para las cosas —una designación igualmente
indiferente en el álgebra del misterio. Pero hay algo más… En estas horas lentas y vacías, me sube del alma a la
mente una tristeza de todo el ser, la amargura de ser al mismo tiempo una sensación mía y una cosa exterior, que
no está en mi poder alterar.
¡Ah, cuántas veces mis propios sueños se me imponen como cosas, no para substituirme a la realidad,
sino para confesárseme sus pares en no quererlos yo, en surgirme por fuera como el tranvía que da la vuelta en la
curva del extremo de la calle, o la voz del pregonero nocturno, de no sé qué cosa, que se destaca, tonada árabe,
como un borbotón súbito, de la monotonía del atardecer.
Pasan matrimonios futuros, pasan las parejas de modistillas, pasan jóvenes con urgencia de placer, fuman
en el paseo de siempre los jubilados de todo, en una u otra puerta se resguardan los vagos parados que son dueños
de las tiendas. Lentos, fuertes y débiles los reclutas sonambulizan en grupos ora muy ruidosos, ora más que ruidosos.
Gente normal surge de vez en cuando. Allí los automóviles no son muy frecuentes a estas horas […]
En mi corazón hay una paz de angustia, y mi sosiego está hecho de resignación. Pasa todo esto y nada
de todo esto me dice nada, todo es ajeno a mi sentir, […] cuando el acaso tira piedras, ecos de voces desconocidas
—ensalada colectiva de la vida.
El cansancio de todas las ilusiones y de todo lo que hay en las ilusiones: su pérdida, la inutilidad de tenerlas,
el antecansancio de tener que tenerlas para perderlas, la amargura de haberlas tenido, la vergüenza intelectual de
haberlas tenido sabiendo que tendrían tal fin.
La conciencia de la inconsciencia de la vida es el más antiguo impuesto a la inteligencia. Hay inteligencias
inconscientes, brillos del espíritu, cadenas del entendimiento, voces […] y filosofías que tienen el mismo entendimiento
que los reflejos corporales, que la administración que el hígado y los riñones hacen de sus secreciones.
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Amo, pelas tardes demoradas de verão, o sossego da cidade baixa, e sobretudo aquele sossego que
o contraste acentua na parte que o dia mergulha em mais bulício. A Rua do Arsenal, a Rua da Alfândega, o
prolongamento das ruas tristes que se alastram para leste desde que a da Alfândega cessa, toda a linha separada
dos cais quedos — tudo isso me conforta de tristeza, se me insiro, por essas tardes, na solidão do seu conjunto.
Vivo uma era anterior àquela em que vivo; gozo de sentir-me coevo de Cesário Verde, e tenho em mim,
não outros versos como os dele, mas a substância igual à dos versos que foram dele. Por ali arrasto, até haver
noite, uma sensação de vida parecida com a dessas ruas.
De dia elas são cheias de um bulício que não quer dizer nada; de noite são cheias de uma falta de
bulício que não quer dizer nada. Eu de dia sou nulo, e de noite sou eu. Não há diferença entre mim e as ruas para
o lado da Alfândega, salvo elas serem ruas e eu ser alma, o que pode ser que nada valha, ante o que é a essência
das coisas.
Há um destino igual, porque é abstrato, para os homens e para as coisas — uma designação igualmente
indiferente na álgebra do mistério. Mas há mais alguma coisa… Nessas horas lentas e vazias, sobe-me da alma à
mente uma tristeza de todo o ser, a amargura de tudo ser ao mesmo tempo uma sensação minha e uma coisa externa,
que não está em meu poder alterar. Ah, quantas vezes os meus próprios sonhos se me erguem em coisas, não para me
substituírem a realidade, mas para se me confessarem seus pares em eu os não querer, em me surgirem de fora,
como o elétrico que dá a volta na curva extrema da rua, ou a voz do apregoador noturno, de não sei que coisa, que se
destaca, toada árabe, como um repuxo súbito, da monotonia do entardecer!
Passam casais futuros, passam os pares das costureiras, passam rapazes com pressa de prazer, fumam no
seu passeio de sempre os reformados de tudo, a uma ou outra porta reparam em pouco os vadios parados que são
donos das lojas. Lentos, fortes e fracos, os recrutas sonambulizam em molhos ora muito ruidosos, [ ?] ora mais que
ruidosos. Gente normal surge de vez em quando. Os automóveis ali a esta hora não são muito freqüentes; […]
No meu coração há uma paz de angústia, e o meu sossego é feito de resignação. Passa tudo isso, e nada de
tudo isso me diz nada, tudo é alheio ao meu sentir, […] quando o acaso deita pedras, ecos de vozes incógnitas — salada
coletiva da vida.
O cansaço de todas as ilusões e de tudo o que há nas ilusões — a perda delas, a inutilidade de as ter, o
antecansaço de ter que as ter para perdê-las, a mágoa de as ter tido, a vergonha intelectual de as ter tido sabendo que
teriam tal fim. A consciência da inconsciência da vida é o mais antigo imposto à inteligência. Há inteligências inconscientes…
brilhos do espírito, correntes do entendimento, vozes […] e filosofias que têm o mesmo entendimento que os reflexos
corpóreos, que a gestão que o fígado e os rins fazem de suas secreções.
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Fernando Pessoa
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Del español:
Libro del desasosiego 62
Título original: Livro do Desassossego
© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984
© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Segunda edición
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Del portugués:
Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares
© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises
© Editora Brasiliense
2ª edición
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Cesário Verde (1855-1886) fue uno de los precursores de la poesía portuguesa contemporánea.
Pessoa fue gran admirador suyo, y su heterónimo Alvaro de Campos da muestras de estar influido por él.
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