Paris-Dourdan

En Dourdan la gente revienta como ratas. Al menos, es lo que asegura Didier, uno de los secretarios de la oficina en que trabajo. Para soñar un poco, yo me había comprado el horario del RER – línea C. Me imaginaba una casa, un bull-terrier y petunias. Pero el cuadro que él me pintó de la vida en Dourdan era mucho menos idílico: vuelta a casa a las ocho de la noche, no hay ninguna tienda abierta; nadie viene nunca a visitarnos; el fin de semana uno se arrastra estúpidamente entre el congelador y el garaje. Un verdadero alegato anti-Dourdan, que Didier acabó con esta fórmula sin matices: “En Dourdan vas a reventar como una rata”.
Sin embargo, le hablé de Dourdan a Sylvie, aunque con medias palabras y en un tono irónico. Esta chica, me decía a mí mismo esa tarde, yendo y viniendo con un cigarrillo en la mano, entre el distribuidor de café y el distribuidor de refrescos, es de las de las que vivirían de buena gana en Dourdan; si hay una chica entre todas las que conozco que podría querer vivir en Dourdan, es precisamente ella; tiene todo el aspecto de una pro-dourdanesa.
Naturalmente no éste sino el amago de un primer movimiento, de un lento tropismo que me lleva hacia Dourdan y que quizás tarde años en concretarse, y que incluso ni siquiera se concrete, que será contrarrestado y aniquilado por el fluir de las cosas, por el aplastamiento constante de las circunstancias. Es posible suponer, sin mayor riesgo de error, que nunca llegaré a Dourdan; tal vez hasta sea derrotado antes de ir más allá de Brétigny. No importa, todo hombre necesita un proyecto, un horizonte y un lugar de anclaje. Simplemente, simplemente para sobrevivir.

 

 

Paris-Dourdan

À Dourdan, les gens crèvent comme des rats. C’est du moins ce que prétend Didier, un secrétaire de mon service. Pour rêver un peu, je m’étais acheté les horaires du RER – ligne C. J’imaginais une maison, un bull-terrier et des pétunias. Mais le tableau qu’il me traça de la vie à Dourdan était nettement moins idyllique : on rentre le soir à huit heures, il n’y a pas un magasin ouvert ; personne ne vient vous rendre visite, jamais ; le week-end, on traîne bêtement entre son congélateur et son garage. C’est donc un véritable réquisitoire anti-Dourdan qu’il conclut par cette formule sans nuance : “À Dourdan, tu crèveras comme un rat.”
Pourtant j’ai parlé de Dourdan à Sylvie, quoiqu’à mots couverts et sur un ton ironique. Cette fille, me disais-je dans l’après-midi en faisant les cent pas, une cigarette à la main, entre le distributeur de café et le distributeur de boissons gazeuses, est tout à fait le genre à désirer habiter Dourdan ; s’il y a une fille que je connaisse qui puisse avoir envie d’habiter Dourdan, c’est bien elle ; elle a toute à fait la tête d’une pro-dourdannaise.
Naturellement, ce n’est là que l’esquisse d’un premier mouvement, d’un tropisme lent qui me porte vers Dourdan et qui mettra peut-être des années à aboutir, probablement même qui n’aboutira pas, qui sera contrecarré et anéanti par le flux des choses, par l’écrasement permanent des circonstances. On peut supposer sans grand risque d’erreur que je n’atteindrai jamais Dourdan ; sans doute même serais-je brisé avant d’avoir dépassé Brétigny. Il n’empêche, chaque homme a besoin d’un projet, d’un horizon et d’un ancrage. Simplement, simplement pour survivre.

 

 
michel houellebecq

Paris-Dourdan

Versión de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

 


 

 

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