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William Carlos Williams’ Introduction to Howl:
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When he was younger, and I was younger, I used to know Allen Ginsberg, a young poet living in Paterson,
New Jersey, where he, son of a well-known poet, had been born and grew up. He was physically slight of build and
mentally much disturbed by the life which he had encountered about him during those first years after the first world
war as it was exhibited to him in and about New York City. He was always on the point of ‘going away,’ where it didn’t
seem to matter; he disturbed me, I never thought he’d live to grow up and write a book of poems. His ability to
survive, travel, and go on writing astonishes me. That he has gone on developing and perfecting his art is no less
amazing to me.
Now he turns up fifteen or twenty years later with an arresting poem. Literally he has, from all the evidence,
been through hell. On the way he met a man named Carl Solomon with whom he shared among the teeth and
excrement of this life something that cannot be described but in the words he has used to describe it. It is a howl
of defeat. Not defeat at all for he has gone through defeat as if it were an ordinary experience, a trivial experience.
Everyone in this life is defeated but a man, if he be a man, is not defeated.
It is the poet Allen Ginsberg, who has gone, in his own body, through the horrifying experiences described from life
in these pages. The wonder of the thing is not that he has survived but that he, from the very depths, has found a fellow
whom he can love, a love he celebrates without looking aside in these poems. Say what you will, he proves to us, in
spite of the most debasing experiences that life can offer a man, the spirit of love survives to ennoble our lives if we
have the wit and the courage and the faith — and the art! to persist.
It is the belief in the art of poetry that has gone hand in hand with this man into his Golgotha, from that charnel house,
similar in every way, to that of the Jews in the past war. But this is in our own country, our own fondest purlieus. We
are blind and live our blind lives out in blindness. Poets are damned but they are not blind, they see with the eyes of the
angels. This poet sees through and all around the horrors he partakes of in the very intimate details of his poem. He avoids
nothing but experiences it to the hilt. He contains it. Claims it as his own — and, we believe, laughs at it and has the time
and affrontery to love a fellow of his choice and record that love in a well-made poem.
Hold back the edges of your gowns, Ladies, we are going through hell.
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aullido: introducción de w c williams
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Cuando él era más joven y yo era más joven, conocí a Allen
Ginsberg, joven poeta que vivía en Paterson, New Jersey, donde él
—hijo de un conocido poeta— había nacido y crecido. Era de
constitución frágil y estaba muy afectado por la forma en que la vida
se había mostrado ante él en Nueva York, en los años que siguieron
a la primera guerra mundial. Estaba siempre a punto de irse a alguna
parte, no parecía importar dónde; me preocupaba, nunca pensé que
fuera a vivir para crecer y escribir un libro de poemas. Su habilidad
para sobrevivir, viajar y continuar escribiendo me deja atónito. El
que haya seguido desarrollando y perfeccionando su arte no me
resulta menos asombroso.
Ahora, quince o veinte años después, aparece con un poema
impresionante. Según toda evidencia, ha estado, literalmente, en el
infierno. Por el camino se encontró con un hombre llamado Carl
Solomon, con el que compartió, entre los dientes y los excrementos
de su vida, algo que no puede describirse más que con las palabras
con las que él lo ha hecho. Es un alarido de derrota. Y no es en
absoluto una derrota, ya que ha pasado por la derrota como si fuera
una experiencia corriente, una experiencia trivial. Todo el mundo en
esta vida es derrotado alguna vez, pero un hombre, si es un hombre,
no es derrotado.
Es el poeta, Allen Ginsberg, el que ha pasado con su propio
cuerpo a través de las horribles experiencias que describen la vida en
estas páginas. Lo más asombroso de la cuestión no es el que haya
sobrevivido, sino el que en las mismísimas profundidades haya
encontrado un compañero al que poder amar, amor que canta en
estos poemas sin apartar la vista. Podéis decir lo que queráis, pero
nos demuestra que a pesar de las experiencias más degradantes que la
vida puede ofrecer a un hombre, el espíritu del amor sobrevive para
ennoblecer nuestras vidas, si tenemos la inteligencia, y el valor, y la
fe, ¡y el arte! de perseverar!
Es la fe en el arte de la poesía la que ha ido de la mano de este
hombre hasta su Gólgota desde aquel osario en todo punto semejante
al de los judíos en la última guerra. Pero esto transcurre en nuestro
propio país, una de nuestras más queridas guaridas. Estamos ciegos
y vivimos nuestras ciegas vidas en total oscuridad. Los poetas están
malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles. Este
poeta ve con toda lucidez los horrores, en los que participa en los
detalles más íntimos de su poema. No elude nada sino que lo apura
hasta las heces. Lo contiene. Lo reclama como suyo y, creemos, se ríe
de ello y tiene el tiempo y la audacia de amar a un compañero de su
elección y de dejar constancia de este amor en un buen poema.
Remangaos las faldas, Señoras mías, vamos a atravesar el infierno.
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Allen Ginsberg
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Aullido y otros poemas
Prólogo de William Carlos Williams
Traducción de Katy Gallego
Revisada por Antonio Resines
Volumen CXVI de la colección Visor de poesía
2ª edición 1993
Título original: Howl and other poems
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