Las nuevas españolas
Ágatha Ruiz de la Prada
Francisco Umbral 03/12/1984
Fiesta de arlequines, comics y modelos allá por el barrio de Ópera, entre el dramón de Larra y
el recuerdo reciente de las colas para ver -más que para oír- a Bernstein.
Ágatha Ruiz de la Prada, sobrina de Senillosa, niña entre Madrid y Barcelona, viene hacia mí.
Pelo corto, como revuelto por la mano del amor, mascarita de cal rosa, pálida, como un dulce
y finísimo enyesado que le deja libres los ojos sin pintar, que blanquea sus abultados labios de
colegiala perversa. Piedras y plumas rojas al cuello. Un traje rojo diseñado por ella. Medias
cardenalicias y zapatos como de piel de serpiente.
-Por fin has venido, Umbral. ¿Cómo tengo que llamarte, cuando te busco: Umbral, Paco,
Francisco…?
-Tú me llamas como te dé la gana, amor.
Niña firme, niña fija, niña insistente, como el instinto catalán/fenicio de los negocios y la paradoja
madrileño/passada de la conversación. Tiene veintitantos años, ya se ha dicho, un padre con la
mejor colección de pintura de España y cinco Ágathas en la familia.
-Sí, en casa hay una foto con cinco Ágathas que me han precedido en el nombre,
cinco mujeres de la familia. Hay que joderse
-Esa hache, ¿es un lujo de tu nombre? La piedra ágata se escribe sin hache.
-Esa hache es una cursilada, pero ya no puedo quitármela de encima. La primera vez que escribí
mi nombre, ya me enseñaron a escribirlo con hache. En cuanto al apellido, tampoco
iba a llamarme Ágatha Ruiz. Ya comprenderás que no sonaba. Desde pequeña me tomé
el traje y el diseño como trabajo, nunca como juego. Ahora me parece que estoy a punto
de llegar. Presiento la pasta en torno, pero la pasta aún no ha llegado. Me profesionalicé en el 81.
Aparte de otras personas, tengo dos hermanas en el negocio. Ahí las tienes. Son cojonudas.
Las tres se han maquillado de lo mismo. Una de ellas tiene una belleza árabe que me gusta mucho.
Ágatha se ha inventado ese enjalbegado del rostro, tenue y mortuorio, lírico, fúnebre y alegre.
Alegremente fúnebre. Sus ojos de niña lista me miran por encima de la máscara.
-Tienes hoy la risa triste, Ágatha.
-Sí, estas fiestas me ponen triste. Prefiero estar en el taller trabajando. Trabajo todo el día. Dibujo
todo el día. Y hago otra gran parte del trabajo. Por ejemplo, me voy en moto a comprar un botón.
-¿Buscas la perfección o el triunfo?
-El triunfo, naturalmente. El triunfo, coño.
Por momentos es como un Oscar Wilde femenino, casi adolescente, paradójico y adorable. Sigue
fumando Lucky, un cigarrillo tras otro. «Fumo mucho cuando estoy nerviosa, como ahora. Nerviosa
por la fiesta y porque has venido. En el trabajo no fumo nada». Fuma con manos delicadas de escolanda
impura, uñas muy rapadas, dedos largos y casi infantiles. Una herida interior o un ceceo del alma se
manifiesta/oculta en su sonrisa.
-¿Eres la diseñadora de la movida?
-Amo la movida, pero aspiro a llegar más lejos.
-¿Das con tu moda una mujer nueva?
-Doy una mujer más sexy.
El camarero trae vino y, luego, incoherentemente, trae champán. Amo las medias cardenalicias de
Ágatha, que suele aparecer, sombra pálida, en las presentaciones de mis libros.
En torno están, en los anaqueles, sus dibujos, sus diseños, sus bocetos. Hay un modelo para novia
con el ramo en el bolsillo y unas señoritas con cabeza marciana y vestidas de caseta de baños de
playa portuguesa. «Me gustaron mucho aquellas casetas, en Portugal». La conozco como chica
corriente y amo, ahora, la gala rosa y roja, la máscara de cal griega, todo lo que se ha puesto para
la fiesta. Ágatha dibuja muy bien. La gente nos interrumpe de continuo. Vienen a saludar a Agatha,
a besar a Ágatha, a tocar a Ágatha. El pasota con sombrero de ala caída, el hombre serio que le da
dos besos secos, la marquesona rubia, el anarco literario, el que tiene mucha pluma, los fotógrafos
que la quieren retratar.
-¿Cómo empezaste?
-Sin un duro. Y sigo sin un duro. Pero me va de puta madre.
-Los ricos o los pobres.
-Se gana mucho más con los pobres.
-La moda, hoy, es joven. No tenéis nada para cumplidos caballeros como yo…
-Ven a mi tienda y encontrarás de todo. Esta camisa que llevas, por ejemplo, es un acierto en
rojo, Umbral.
-¿Eres solitaria o mundana?
-Soy muy mundana, pero estoy siempre sola, trabajando, o rodeada de la gente que trabaja
conmigo.
Otro Lucky, otro vino, otro champán. Listísima niña que va a lo suyo y, de paso, hace frases.
-¿Los hombres siguen pagando la moda que compran las mujeres?
-Sí, y eso, que antes me parecía despreciable, ahora lo encuentro encantador. Los hombres,
que paguen, pero que no opinen. El opinar, por el hecho de haber pagado, me parece un
abuso. También tendría huevos.
-¿Se entera el hombre de lo que lleva la mujer?
-Yo creo que mucho. ¿Tú crees que no, Paco?
-Yo creo que el hombre va al bulto, que no se entera mucho.
-No sé. Pero te diré una cosa, te confesaré que lo que a mí me fascina es la gente mal vestida.
Un chico o una chica vestidos de cualquier manera. Mal. Eso es fabuloso, sí.
-Quiere decirse que te inspiras en la calle. La moda nace en la calle.
-La moda no es sino lo que da la calle, estilizado por una persona. Por un creador. Ni siquiera
es la gente la que crea. Es el tiempo, la época. Eso hay que saber verlo. A mí me dicen
que hay que viajar más. No me gusta viajar. Voy mucho a Milán, claro. Allí me hacen la ropa,
digamos, cara. He estado en Nueva York. Pero si vas a Nueva York con Spantax, no ves
nada. Vale más quedarse en casa leyendo un libro. La pinacoteca de mi padre. Yo veo ya la
pintura como ropa. He tomado mucho de la ropa de los pintores. La colección cara me la hacen
en Milán y la colección barata me la hacen en España. Ahora estoy tratando de que todo me
lo hagan en Milán.
-Los colores.
-Ya ves que todo lo siento en color, me expreso en colores.
-Lo unisex.
-Hoy se tiende, en la moda y en todo, a la ambigüedad. Y me parece que eso es fecundo para la
creación. Antes te decía que quiero hacer a la mujer más sexy Esto, joder, así dicho, parece
una parida. Pero yo sé lo que quiero, aunque ya te digo que lo fascinante, y comprendo a los tíos,
coño, es una chica mal vestida. La gran moda está hecha por homosexuales que necesitan crear
un conjunto maravilloso, un alarde de tela y tacones rojos donde desaparezca la mujer. Ellos se
enamoran de la ropa.
-¿Que has tomado de los clásicos de la alta costura?
-La alta costura ya no existe. Pero a mí me enloquecía, de niña, claro, me
alucinaba. SaintLaurent y otros me siguen interesando mucho.
-¿Habéis democratizado la moda?
-Sí. Pero yo no quiero quedarme en elitista por el otro lado, joder. En
diseñadora para pasotas, liberadas y así. Ha habido que liberar la moda de las minorías millonarias
y de las minorías/minorías, intelectuales o lo que sea. La minoría te enriquece o te da por el culo.
Muchachas rosa, diseños locos, máscaras griegas y vino tinto, champán y mujeres/hombres, libros
de Jorge Herralde y pasotas de sesenta y cinco años, con gafas gruesas y corbatita estrecha.
«Me cansa la vida social, Paco, aunque soy tan sociable. O me cansa la sociedad por ser tan sociable».
Ágatha habla más, con el champán y el Lucky, pero, por sobre la mascarita de cal apenas rosa, me miran
sus ojos serios de niña firme y triste.
«Vistes a las mujeres de colores y, luego, tú vas por la vida como una sombra blanca, como una
rosa pálida». «Jamás haría una moda en blanco y negro, coño, te lo prometo. Pero yo no me visto de
mí misma. No quiero ser mi propio anuncio».
-¿Dices que te va bien?
-Me va de puta madre. Y eso que vendo barato.
-¿Es malo vender barato?
-A la gente le humilla pagar poco. Tengo que subir los precios. Nadie te compra
nada por cinco mil pesetas. Les da como vergüenza. Es una humillación, yo lo
comprendo, jode mucho.
Y seguía la fiesta y olía a juventud bajo la lluvia -llueve afuera-, y Agatha se cogía la bufanda de plumas
rojo tenue con una mano niña, perfumada todavía de pupitre, aunque hace pocos años que cambió el
pupitre por la mesa, también en rampa, de diseñadora.
-¿Inventarías alguna ropa para mí, Ágatha?
-Claro que sí. Tenemos muchas cosas para ti.
-¿Crees que una nueva moda puede crear una mujer nueva?
-La mujer nueva ya está creada, se crea sola. La moda tiene que adaptarse a ese
nuevo tipo de mujer.
-¿La moda nace de una cabeza o de un equipo?
-De una cabeza, siempre.
-La invención constante o una línea fija y clásica.
-Una es personal en todo lo que inventa, me parece, joder, no sé, hay que variar
sin perder el estilo, la personalidad.
Ágatha Ruiz de la Prada, chica triste y en la sombra, laboriosa casi como una costurera de antaño, me
suele enviar llamadas, cartas, cosas. Nuestra amistad es postal.
Tiene un nombre que suena a chica bian. Ama a Picasso y a Matisse. Algo hay de ambos en sus raudos
figurines. La niña interior se ha disfrazado hoy de ascético arlequín que fuma antiguo. Ágatha ha vestido
a la generación pegamoide, pero quiere triunfar a tope. Quiere poder y dinero.
«Lo bueno y lo malo de Madrid es que, en esto, no tengo competencia».
0 comentarios