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prosas reunidas

 

MALPASO

 

sigue soñando

 

 

 

 

Soñamos, ¡pero tan negligentemente, tan a la ligera! «Quiero ser un pájaro», dice este o aquel.

Pero si el sumiso destino lo convirtiese en un pavo, se sentiría desencantado. 

No era eso precisamente lo que había pedido.

Aún peores serían los peligros relacionados con el vehículo del tiempo.

«Me gustaría despertarme en la Varsovia del siglo XVIII», pensarías despreocupado, imaginándote que con eso basta.

Que naturalmente desembarcarás, cómo no, en los salones de su Majestad, que con una dulce sonrisa te tomará del brazo y te conducirá al comedor, a una de sus célebres comidas de los jueves.

En cambio, caes de bruces en el primer charco que se presenta.

Y justo cuando consigues con gran dificultad levantarte, por esa estrecha calle entra un carruaje tirado por ocho caballos que te aplasta; así que aterrado y contra la pared te encuentras de nuevo cubierto de barro de pies a cabeza.

Y, por si fuera poco, no ves un pimiento, no sabes hacia dónde ir, y vagas por los patios traseros de los palacios en un caos de calles, montones de basuras y sucias casas en ruinas. Poco después, unos granujas salidos de la oscuridad comienzan a tirar de tu cazadora.

No estoy escribiendo una novela, así que no tengo la obligación de idear una manera de sacarte de ese embrollo.

Basta con decir que ahora estás sentado en una taberna en la que te sirven un asado, pero en un plato sucio. Se lo haces saber al tabernero y este se saca la orilla de la camisa de los pantalones y frota el plato hasta sacarle brillo.

Cuando te pones furioso, te dice que seguramente te has criado en los espesos bosques, ya que no sabes que es así como el mismo Radziwiłł atiende a las damas.

En el hotel, después de no haber solicitado con suficiente insistencia agua para lavarte, te lanzas a la cama y, a su vez, los chinches se abalanzan sobre ti.

Finalmente, consigues dormirte poco antes del amanecer, pero pronto te despiertan los gritos ya que, en el piso de abajo, alguien ha provocado un incendio.

No esperando el rescate de los bomberos, quienes todavía no han sido inventados, te lanzas por la ventana y, únicamente gracias a la montaña de pestilentes desechos que hay en el patio, no te partes el cuello, sino solo una pierna.

Un aprendiz de barbero te coloca la pierna en el sitio sin anestesia. Puedes considerarte afortunado si no aparece en ella la gangrena y los huesos crecen rectos.

Cojeando vuelves a tu época y te compras el libro por el cual deberías haber empezado:

La vida diaria en Varsovia durante la Ilustración. Te ayuda a recuperar el equilibrio necesario entre la vulgaridad y la magnificencia de aquellos tiempos.

 

 

 

 

 

La vida diaria en Varsovia durante la Ilustración,

Anna Bardecka e Irena Turnau,

Varsovia, Państwowy Instytut Wydawniczy

1969

 

 

 

 


 

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