wisława szymborska
prosas reunidas
traducción Manel Bellmunt Serrano
Malpaso Ediciones, S. L. U.
Barcelona
1ª edición: enero de 2017
un odio rentable
El último libro de Wendt es agradable, aunque a veces se convierte en un relato un tanto caótico sobre la historia de la paleontología.
No puedo resistirme a la tentación de narrar uno de los episodios de esa historia. No será ni el más dramático ni el más importante, pero mi bolígrafo se estremece ante él.
Pues bien, en la segunda mitad del siglo pasado se descubrió que el noreste de Estados Unidos era una verdadera mina de mamíferos y reptiles ya extintos.
El territorio dedicado a las excavaciones era gigantesco, y lo que se excavó excedió con creces todo lo imaginado.
Una auténtica fiebre se apoderó de los paleontólogos y, en especial, de dos de ellos: Cope y Marsh.
Ambos procedían de familias ricas y sus respectivas fortunas sirvieron para sufragar los costes de las expediciones.
Cierto día se toparon en el estado de Kansas e, inmediatamente, sintieron una irreconciliable enemistad mutua.
En el lugar en donde cavaba uno, de repente, comenzaba a cavar también el otro, y ambos reclamaban al mismo tiempo para sí el derecho de exclusividad y preferencia. Cualquier cosa que no hallaran cavando por sus propios medios, la compraban a intermediarios, esos mismos que correteaban de uno a otro hinchando el valor de cada tibia.
Al principio, la rivalidad paleontológica mantenida entre estos dos caballeros solo buscaba llegar a las revistas científicas; sin embargo, poco después se desbordó para convertirse en una gran ola que llegaría hasta los periódicos.
Estos dos señores acabaron acusándose públicamente de cacería furtiva paleontológica y espionaje paleontológico, por no hablar de plagio paleontológico, acusaciones consecuencia de un temperamento paleontológico bien condimentado con ignorancia paleontológica y una abundante ración de locura paleontológica.
«Esa mandíbula es mía», berreaba Marsh.
«Esa cola es mía», contestaba Cope frunciendo el ceño.
«Devuélveme mis huesos y no diré lo que eres», pataleaba Marsh.
«¡ Qué miedo!», replicaba Cope.
Probablemente muchas veces sintieron ganas de coger, en un arrebato, cualquiera de las costillas petrificadas y neutralizar a su adversario; desgraciadamente, las costillas tenían el tamaño del intercolunio de un puente.
En la disputa por la jurisdicción y el derecho sobre los pterosaurios hallados intervinieron organizaciones científicas, tribunales, instituciones sociales y políticas y, finalmente, el Senado.
Los satíricos tenían trabajo para rato.
Tras la muerte de Cope, Marsh apenas le sobrevivió un par de estériles años más, puesto que aquello no podía llamarse vida.
Llegó entonces la hora de hacer balance del trabajo de los dos científicos.
Resultó entonces que los logros alcanzados habían sido gigantescos, tanto por el tamaño como por su importancia para futuras investigaciones.
La pregunta que queda en el aire es si hubiesen obtenido mejores resultados trabajando juntos y sin disputas.
Sería necesario devolverlos a la vida de un modo experimental en idénticas condiciones, sustituyendo solo la aversión mutua por amistad.
Imagino un millar de casos históricos a los que aplicar esta resurrección dual.
¡Cuán importantes serían los beneficios pedagógicos obtenidos gracias a ellos! ¡Qué seguros nos sentiríamos ante el deseado Bien y el admisible Mal!
Pero como esto aún no es posible, estoy obligada a aceptar con el corazón doliente y afligido solo lo que soy capaz de conocer: Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh se odiaron, para provecho del resto.
Antes del diluvio
Herbert Wendt
traducción del alemán y epílogo de Anna Jerzmański
Varsovia
Wiedza Powschechna
1971
Decididamente, como poeta era mucho mejor que como prosista. Aunque el problema puede ser de traducción.
Quizá Carlos, que a mi me ha pasado,
es que da esa sensación porque aquí, en el post,
el texto está separado por frases. Pero leído de corrido da menos esa sensación.
Respecto a lo de poeta, está claro que era mejor poeta que prosista, pero en su prosa, la magia reside,
para mi, en que lo cuestionaba todo, no daba por sentado nada.
Gracias por comentar
Ángel