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La tía Glicina llegó a la tarde, en carretela negra con moños plateados. Era muy bella.

Dio un breve salto y se vieron sus piernas largas, leves. Entró a la sala y se sentó junto a mi madre y sus hermanas, pero un poco más lejos con cierto aire distante. Yo me le acerqué y quería rozar su falda, azul, color de plata, y no me animaba. Ella me ofreció un paquete del que caía confitura como abejas o alhajas. No me atrevía tampoco, me fui, pero volví y pedí. Comí una yema. Ella propuso :

– Ve ahora, por un rato, sal.

Yo tendría seis años y salí, me escondí detrás del aparador donde había un licorero que parecía una planta. Espiaba. Y espiaba.

La señora Glicina tía, contaba :

– Tuve otro…placer.

Mi madre y hermanas bajaron la cabeza ; acaso, un poco avergonzadas.

La señora Glicina dijo :

– Fue con un rey.

Y entró en minucias. Repetía grititos y gemidos, suaves, picantes como ajos, ajíes oscuros. Se tocaba con dedos largos, tenuemente, las partes extremas y detallaba. Se dio vuelta y mostró la cola. Allí hizo un tintineo por largo instante. Acaso expresando :

– ¡Si vieran lo que pasó aquí…en la cola !

Luego, púsose erguida y agregó :

-Pero el amor mayor fue hecho en las tetas. Cosas de rey.

En ese momento, se oyó un fru-fru y los pezones de tía Glicina quedaron fuera.

Traspasaron el tul plateado y se mostraron amoratados, violados al máximo, acaso, por un rey.

Ella aguardó unos minutos y luego dijo con voz hermosísima :

– Voy a enfriar mis tetas.

Y fue, plena de gracia, hasta la fuente, y echó agua fría en esas partes, y volvió a la silla.

Los pezones se habían vuelto atrás de la gasa y miraban con ojos en espera de nuevas maravillas.

Oscureció. Y más oscureció. Todos los rostros parecían más blancos, más blancos.

Y en los lejanos altares sonó el Ángelus y empezó a formarse otra diadema.

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marosa di giorgio

 

de La flor de lis

 

 


 

 

 

 

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