linda

 

linda

 

No mires hacia otro lado, ya no puedes hacer nada, ya la has visto, me digo después de abrir esta ventanita

en la que está Linda. Se dice que la libertad no es más que otra palabra para decir que no hay nada que perder.

Es posible, no sé, pero soy yo quien ya ha visto a Linda: me interesa la ética, no los sermones.

Es el pelo sucio y enredado; es la perspectiva de su cara, que mira hacia abajo; son el cuello y los hombros,

pintados de oscuro; es el azul de sus lágrimas; es el sujetador pequeño, feo y escaso. No hay trampa: es una belleza

esquilada, casi despellejada. Yo puedo ser vulgar pero ella no lo es y por eso puedo derramar toda mi ternura.

El tiempo no va ni viene: todo el tiempo está ahora, en este momento, y es la hora de las aguas profundas.

Aún hay que pedir enseñanza, pero ya no al hombre, sino a quien no recibe enseñanza del hombre: comprendo que la

mentira es engaño y la verdad no, pero a mí me han engañado las dos.

Son las dos tablas del tórax, los pequeños pechos de perra, las flores ajadas del pelo, la piel áspera y sucia,

el sonido redoblado del hueso.

Es el peso de sus kilos musculares, su dulce esqueleto, la frente puesta, los codos crudos, la persona, el olfato

físico. 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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