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hacia el azul
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Sombras del sur, sombras aquí. Venid todas las ruedas velocísimas y salvadme del mar
que va a caerme de las alas. Si anteayer lloraba yo, hoy río, lo mismo que la trompeta
cuando cesa. Cuando tú, tú, tú, tú, tú callas diciendo: “No te quiero.” Pero el oro en la
palma de la mano fulgura una seguridad tan grata, que yo comprendo que el sueño lo han
inventado los cansados, los escépticos de su corazón mercenario, que golpeaba como
una moneda en una jaula, en un—delirante ayer—agrisado hoy volumen de gorjeo. Canta,
esperanza de agua. Dadme un vaso de nata o una afiladísima espada con que yo parta en
dos la ceguera de bruma, esta niebla que estoy acariciando como frente. Hermosísima, tú
eres, tú, no la superficie de metal, no la garantía de soñar, no la garganta partida por un
cuchillo de esmeralda, no; sino solo un parpadeo de dos visos sin tacto, de dos bellas
cortinas de ignorancia. ¡Olvidar!
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Olvidar es una palabra fácil, fíjate bien: olvidar. Como quien dice: “Qué día hermoso”, o
“Qué hora será cuando la lluvia”, o “Dime el peso exacto de tu pena y te diré cómo querrías
llamarte: Alegre.” Sí, más alegre es la paloma que el cántaro. Cuando conteniendo la risa se
desborda la gracia gemebunda que antes se balanceó en el columpio de la palmera, el azul
más extraño se desmorona y llora, llora en orden, sin querer saber las noticias que dicen:
buen tiempo. Azul es el caramelo y azul el llanto sobre la mano empequeñecida. Azul la teoría
de los vuelos, esa fácil demostración de cómo las faldas al girar se abren en redondo y brillan
sin renuncia. Ese rumor no es el de tu cuerpo. Son tantos los resplandores interiores, que quiero
ignorar el número de estrellas.
Si me cayera en el hombro esa pena goteada, al darme en el hombro, mi cabeza quemada
saldría en cohete en busca de su destino. Ascendiendo, una gran risa celeste ha abierto sus
alas. El sol está próximo. En el seno de las aguas no hay fuego, pero esa faz resplandeciente
me atrae, porque quiero abrasarme mis pupilas, quiero conocer su esqueleto, esa portátil
mariposa de los finos estambres, las más delicadas papilas vibratorias.
Acaso el amor no puede quemarse. Como un acero carnal se salvará su conciencia. Labios
de Dios, besadme, salvadme de mi insistencia infatigada, de mi ceniza desmoronándose. ¡Qué
caña hueca de pensar quedará única, oh dulce viento de la estrella, oh azul envío retrasado, oh
dulce corazón que he perdido y que, como un gran hueco de latido, no atiendes ya en la rama!
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Vicente Aleixandre
Pasión de la tierra
Obras completas 1924-67
Volumen I: poesía
aguilar/ biblioteca de premios nobel
segunda edición-primera reimpresión-1978
madrid
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