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Jilguero
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Entre los álamos pasó
un pequeño Dios amarillo:
veloz viajaba con el viento
y dejó en la altura un temblor,
una flauta de piedra pura,
un hilo de agua vertical,
el violín de la primavera:
como una pluma en una ráfaga
pasó, pequeña criatura
pulso del día, polvo, polen,
nada tal vez, pero temblando
quedó la luz, el día, el oro.
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Pablo neruda
en Arte de pájaros
Losada
2011
Buenos Aires
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Repárese en el sonido lo-el del tercer verso, que prolonga la impresión sonora inicial, y en su hermosa aliteración ve-via-vien,
no un simple decorado sonoro, sino un refuerzo del sentido del verso, que es precisamente el vuelo, el volar puro potenciado
por la sonoridad.
A partir del cuarto verso, lo que se nos revela en el sonido verbal es la sensación auditiva del canto del jilguero, con su prodigiosa
agudeza, finura y delgadez.
Podríamos decir a priori -al estilo de Poe- que las consonantes más propias para ese cometido son en castellano la l y la r por su
especial calidad acústica, y entre las vocales, la i y la u por su obvia relación con el trinar de pájaro. Secundariamente, la p y la v
cumplirán una función análoga.
Obsérvense en los cuatro últimos versos las diversas series de alteraciones: ura-lor; lau-pi-dra-pu-ra; hi-lo-gua-ver-cal; vio-lin-pri-ve-ra;
también hilo-tical-violín.
A lo que deben añadirse las rimas internas que dejó / temblor, altura / pura, hilo / violín, ver / vera… Se diría que en estos cuatro versos
no hay sílaba ni letra que no contribuya a recrear, en limpio, agudo y tembloroso jilguero. El juego de las alteraciones y asonancias
produce la revelación viva y sonora de su canto, y nos recuerda la clásica definición de la poesía como alianza secreta de sonido y sentido:
altura – temblor – flauta: hilo – agua – vertical – violín – primavera.
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Ignacio Valente
Jilguero que gorjea en el poema
Revista de Libros, El Mercurio. Domingo 20 de octubre de 1991
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