Francis Bacon
In memory of George Dyer 1971
Oil on canvas
198 x 147.5 cm
Fondation Beyeler, Riehen/Basel
The Estate of Francis Bacon
Se trata de una pintura conmemorativa. En el panel de la izquierda se le muestra como un deportista que ha caído
en la curvada pista de carreras; en el panel de la derecha se le ve en un marco, pero también como su imagen
invertida en el espejo sobre la pequeña superficie de la mesa; por último, en el panel central es una gran figura
oscura en la sombra: un musculoso brazo levantado y la mano desnuda alcanzan la cerradura de la puerta para
insertar una llave.
Dentro de la arquitectura austera del tríptico, hay proyecciones complejas de interioridad espiritual que convergen
con expresiones enfáticas de lo físico. Bacon retrata a su amigo en un estado de suspenso entre dos realidades,
en el umbral entre la vida y la muerte.
no tiene reverso ni gusanos azules
No sabemos si todavía es George, en algún sentido, o solamente una forma de equivocación.
No tiene reverso ni gusanos azules, es solamente la unidad oscura sin noticias y los ceros
que se añaden a su número van definitivamente a la izquierda. Pero esto no prueba nada.
Es innecesario a veces, como todos, y quizá por pudor nos esconde sus orejas de marcelo.
O porque está muerto para siempre: ya sabe que podemos jugar a lo que queramos durante
toda la vida.
Se dice que la muerte es un gran nunca: pero si se comprende la nada de las cosas, se trata
más bien de que el nudo se deshace y la fruta madura: si una cuerda tiene un extremo debe tener
otro extremo. Ya está.
George se ha quedado como una de esas sombras altas que se ponen de pie y acuden cuando
anochece. Burlando al enterrador y rehusando el buen gusto de la simetría se ha puesto el brazo largo
de abrir puertas: el brazo brazudo que le regaló su madre cuando entonces, por si acaso, y le ha venido
muy bien.
Se ha olvidado de todo, de todo, y está siempre como a punto de recordar, pero no recuerda.
Tampoco tiene cuidado con el momento oportuno, ni fortaleza para la fatiga, ni elocuencia de palabra,
ni disciplina de amor, ni opinión, ni presencia de ánimo, ni poder de hecho.
Solamente algo de perdedor o fracasado que tiene ganas de mirar y mirar.
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