Patricia Traub
Caregivers
Son los cuidadores, que la pintora ha puesto en una plataforma —que parece la de un ascensor—
y que viene a ser una escueta versión del arca de Noé.
De una manera simbólica —pero bastante explícita— ahí estamos todos, y más si tenemos en cuenta
que la mayoría de las personas son otras o, dicho de otro modo: todos hacemos el papel de gente.
Ciertamente, nuestra realidad tiene un montón de goteras: no puede extrañarnos que, al final, haya
sido necesario evacuar el planeta de manera improvisada y quizá urgente.
En los ojos de las personas puede adivinarse —si acaso— lo que verán, no lo que han visto.
En suma, ya sabíamos que si la vida se vuelve previsible, deja de ser vida y, además, podemos decir
en pocas palabras lo que hemos aprendido de ella: hay que seguir adelante como sea con lo que sea.
Con otras palabras: el libro de los acontecimientos se encuentra siempre abierto a la mitad. O todavía
con otras palabras: casi siempre estamos como en Versalles y los parientes tardan en llegar.
Ahora es cuando se preguntan de verdad, cabalmente, si un recuerdo es algo que se tiene o algo que
se ha perdido. También ahora podemos decir —experimentalmente— que muchas personas subestiman
lo que son y sobreestiman lo que no son: veremos en qué queda la cosa, ya que, posiblemente, tiempos
oscuros y difíciles los aguardan; veremos si son capaces de crear una causa en vez de un negocio.
Tenemos todavía muchas preguntas: la envidia, el odio, la soberbia… ¿todas esas pasiones han
abandonado el alma de los cuidadores para que sea solamente una pieza de hielo que no les cause
conflictos, al menos durante los primeros tiempos?
Una luz anaranjada los ilumina, como si estuvieran bañados por la yema de un huevo o algo así.
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