Bárbara huele como deben de oler los ángeles, y está hermosa incluso aunque vaya en bikini,
que es una prenda difícil que sólo hermosea a unas pocas mujeres. Bárbara parece contenta,
con ese contento que a veces se tiene solamente por el hecho de estar vivo o de estar, sin más.
Va de paso con sus ojos bonitos y lleva la boca entreabierta de sonrisa, con unos incisivos cuadrados
y blancos y unos labios de borde marcadísimo, resaltado, como trincheras.
Tiene un pelo castaño, entreoscuro, desordenado o despeinado. Se dice que ya nadie desayuna
con diamantes, pero Bárbara bien podría venir directamente de un desayuno con diamantes, y ahora
quiere bañarse en el mar o tomar el sol o dejarse ver por la playa para que el personal la salude,
para mantener activos a los testigos de su existencia, que es un asunto serio que da consistencia
al cuerpo y reafirma el alma.
Hay personas que no buscan relacionarse, sino más bien los resultados [en bruto o en neto] de las
relaciones: como quien pega los mocos debajo del asiento del coche. Quizá Bárbara lo sabe y por
eso va por la vida sin detenerse apenas, saludando al paso, evitando al personal que la busca para
pegarla debajo del asiento del coche o para meterla en el bocadillo de la merienda.
Tiene todavía una cara de rasgos infantiles, como si la niña que fue –o que sigue siendo- sacara la
cabeza entre los hombros de una Bárbara que tiene ya el tamaño en estatura y en tetas de una real
hembra, de una mujerona que tiene unas dimensiones con las que podría dar de comer a una familia
casi numerosa.
A veces las cosas son difíciles y, encima, el tiempo pasa deprisa, de manera que la vida se parece a
un túnel de lavado automático que tenemos que recorrer a contrarreloj y en sentido contrario.
Otras veces, en cambio, las cosas son excesivamente fáciles y el tiempo apenas pasa, parece casi
detenido, de manera que la vida es como una cómoda hamaca para ir haciendo la siesta a la orilla del mar,
escuchando sin escuchar el sonido fresco de las olas.
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