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Esta imagen prodigiosa de Emily no forma parte de las previsiones que uno,
con su escasa experiencia mental, vital y psicosexual puede hacerse.
Emily y su pelo, su cabellera, su melena total, rompen los esquemas de cualquier
hombre decente.
La humana imaginación actúa exactamente al revés que la melena cabellera
de Emily: simplifica a través de esquemas proporcionales, busca el patrón más
sencillo y regular y uniforme. Este pelo, en cambio, desborda innumerablemente
lo que ya estaba desbordado: añade siempre: pasión a pasión, memoria a memoria,
dolor a dolor –como dijo el poeta.
Es inconcebible e irreal, tiene uno que decirse mientras la está mirando detenidamente,
lo que supone que nunca la hubiera imaginado sin haberla visto y que, habiéndola visto,
estando mirándola, mis ojos o mis neuronas no se creen todo ese pelo a la vez en una
sola cabeza: desborda su capacidad de realidad.
Si dejo de verla, en cuanto deje de verla, mi imaginación no podrá reproducirla y
–lo que quizá es peor- el cerebro –un órgano indeseable y autosuficiente- dirá que sí,
que claro, que mucho pelo, pero mucho, mucho, mucho pelo: en súmula: querrá engañarme
con que este asunto extremo de Emily es solamente mucho/mucho pelo, habrá generalizado
el pelo, el concepto mental pelo, pero la realidad real del fenómeno Emily se le escapará
por todos lados: el cerebro humano no tiene capacidad para entender algunas cosas,
es un hecho.
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