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Maritza está jugando con la media para eludir nuestra mirada, para que no
descubramos en sus ojos lo que piensa de nosotros, o sus sentimientos,
o su verdad.
Su belleza está sólo a una luz de distancia de la sombra: es (casi) todo tan
casual y tan sencillo que parece gratuito, innecesario: pero la belleza de Maritza
vibra delante de nosotros, y sus líneas son muy intensas, y sus cosquillas entre
la mirada y el alma nos hacen sonreír.
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En el reverso, detrás, dentro de Maritza está la muerte, que no puede ver ni
entender sus muslos blancos, ni adivinar su mirada, ni suponer sus labios
entreabiertos.
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Y la belleza sube y sube a su osamenta, sube y sube sin descanso y salta de hueso
en hueso y en su frente se detiene y se deja caer, abriendo las alas.
Tal vez en silencio podríamos oír el frufrú de sus medias negras, el frufrú de sus pestañas,
el frufrú de sus deseos.
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