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Hay que adivinar a Bárbara, entre la oscuridad y las rosas, en la penumbra de las flores,
apoyada en una mesita baja con los dos brazos extendidos y con las dos piernas extendidas,
tal vez oliendo las rosas o mirando por la ventana.
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Entrevemos la curva natural de su culo pirulo y redondo, la caída en cascada del agua de su
melena, la caída vertical del top, que es del mismísimo color que alguna de las rosas que
agonizan en el jarrón.
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Las rosas de muslos altos se están muriendo, se derrumban: se caen de su arquitectura
prodigiosa, de su inexplicable diseño vegetal: el perfume es la muerte de las flores, dijo el
poeta. Bárbara lleva una faldita plisada y brevísima, mínima como una hoja, y asiste a esa
larga agonía de las rosas, que también están perdiendo sus falditas, y los zapatos de tacón,
y la vida.
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Entre la luz y la oscuridad y la penumbra, Bárbara está hermosa: alta de palos, vertical de
caídas, con el palio desplegado y próxima a las rosas.
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