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Nimue está sentada en el suelo, tal vez abandonada de sí misma; con muy poca o con demasiada
esperanza; viviendo en un tiempo en el que todavía existen los caracoles en el planeta, animales
inofensivos y lentísimos de marcha que se desplazan sin patas, muscularmente, con un solo pie,
sobre una baba pegajosa.
Nimue está detenida, quieta, casi como un caracol cuando se detiene a descansar o a dormir, y
tal vez esté también fabricando baba o alguna otra sustancia triste, entre el corazón y el alma, cerca
de los pequeños lagos donde se acumulan las lágrimas que no se lloran –como dijo el poeta.
Caída de ojos y sucia de pies descalzos, tal vez Nimue necesite sólo descansar, abandonarse en
la lechuga, soltar los hilos de su marioneta para sentirse desarticulada e inmóvil, libre para ocuparse
solamente de soñar, sin consciencia, sin escuchar el sonido de radar submarino que hacen las
neuronas cuando quieren moverse.
Nimue parece apagada y culpable, con melena de escoba y las manos muertas en el regazo.
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