–
–
–
–
–
–
–
Se trata de cuando esta dulce criatura no había llegado al tiempo de mujer, a la condición de hembra,
asunto que no es de años ni de edades, sino algo de más abajo o de más adentro, quizá de los cartílagos
o del alma.
Aquí Sara está todavía pepona, demasiado hidratada, infantil: para llegar a la belleza, a la verdad
de la forma [al grado –más bajo- de lo terrible, que podría destruirnos] tiene aún que pasar, quizá,
por la escuela del sufrimiento; cambiar los peluches por desgarros; caerse dentro del pozo de los otros
de donde ya no podrá salir; subirse –o bajarse- al tiempo feroz, y oscuro que se mide en asfixias,
insomnios, y fracturas, como una nómina atroz de huesos, de células que enseguida se empiezan
a morir y ‘se pudren en el tiempo, infinitamente verdes’ –como dijo el poeta.
Por sus ojos de diseño tiene que pasar todavía el espanto, el miedo: no el horror inhumano de la guerra
y el crimen, sino el horror inhumano de lo cotidiano, de la íntima claudicación, de las vidas que
se venden entregando también el destino.
Sara está hermosa con un belleza bonita de escándalo de ojos imposibles, del espectáculo de unos
labios exactamente perfilados, exactamente esponjosos, exactamente labios.
–
–
–
–
–
–
–
–
0 comentarios