ARCHIVO EL PAÍS

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CRÍTICA:PASIÓN Y DELIRIO EN CLARICE LISPECTOR

la lógica interior

 

Francisco Solano, 28 sep 2002

       la travesía del lenguaje

Milton Hatoum, 28 sep 2002

 

 

La escritora brasileña, que convirtió la escritura en un modo de respirar, se deja ver en cada página de sus cuentos.

Un estilo que explora en la complejidad de las sensaciones hasta acercarlo al surrealismo.

En sus relatos, la vida se aprecia como revulsivo y sus historias buscan ensamblar vivencias y conceptos.

La obra de Clarice Lispector admite bien los adjetivos temblorosos: es extraña, singularísima, de una sorprendente energía

agonizante, a un paso del delirio, a un paso del esplendor. Su prosa se enhebra, no articulando el mirar con el decir,

sino imponiendo al decir la complejidad convulsa de las sensaciones, emociones y sentimientos, un sentir que se complica

con insólitas derivaciones oníricas que la acercan al surrealismo, y que a la vez hace resaltar, dentro de argumentos en general

nebulosos, la tribulación de una sintaxis consciente de su insuficiencia, a punto de romperse y que no obstante fluye como

irrigada por la sangre del corazón.

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Lispector es una escritora a la que se le percibe en cada página; sus personajes, más que entidades autónomas, parecen más bien figuraciones, enmascaramientos que usa la autora para desalojar de sí las turbulencias de su relación con el mundo. Esta apreciación es menos notable en las novelas, aunque no faltan puntualizaciones, aquí y allá, de su propia voz insertada en la narración, pero en los cuentos es insoslayable. Y eso se debe, sin duda, a la libertad y particularidad de su estilo, que no cabe considerar una destreza adquirida, sino más bien una pulsión, un modo de respirar.

Lispector comenzó a escribir muy pronto con su personal estilo ya formado; publicó en periódicos sus primeros textos con apenas quince años y la aparición de su primera novela, Cerca del corazón salvaje(1943), produjo un enorme revuelo en el mundo literario brasileño, que no terminaba de creer que una joven de 23 años hubiera concebido una novela tan extraordinaria y sugerente, y tan desapegada del realismo imperante en su país. La originalidad de esa novela estriba, no sólo en la expresión minuciosa y matizada del mundo interior de una muchacha en busca de una identidad que la fortalezca, de un yo que debe construir tras la muerte de su padre, sino en la prodigiosa imantación de su estilo, nada complaciente, que penetra en lo oscuro, trabajando desde lo indecible, y al hurgar en lo más recóndito del alma femenina produce un universo generado por otra lógica, una lógica impetuosa, obsesiva, guiada más por el símbolo de las cosas que por las cosas mismas.

Esa lógica interna, cuyo origen es una perturbación, es el dispositivo que pone en marcha sus cuentos, que por lo común se resisten a quedar enmarcados por la austeridad y concisión que exige el género. El lector deberá desistir de hallar en ellos peripecias, anécdotas o historias, y en caso de encontrarlas verá que no pueden ser contadas porque, por decirlo así, producen el texto, pero no son el texto mismo, que se abre a impulsos de una comunicabilidad subyugada al silencio, a punto de embarrancar en el vacío. La vida aquí nunca es un estado de conciliación, sino un revulsivo.

En el cuento titulado Amor, una mujer regresa con su bolsa de la compra y ve a un ciego mascando chicle. El hecho es trivial, pero el efecto sobre ella es sobrecogedor; no es un ciego, es la aparición del mal: ‘Expulsada de sus propios días, le parecía que las personas en la calle corrían peligro, que se mantenían con un mínimo equilibrio, por azar, en la oscuridad’. Y la mujer advierte lúcidamente, frente a sus hijos, que ‘amaba con repugnancia’.

En Los desastres de Sofía, una alumna recibe un elogio de un profesor, y en su rostro ve algo ‘anónimo como un vientre abierto para una operación de intestinos’.

En El reparto de los panes, una comida familiar se transforma en una percepción de comensales desconocidos, en una estampa onírica de un ‘almuerzo que no tenía la bendición del hambre’. 

La relación de la cosa, un cruce, para entendernos, entre Kafka y Cortázar, no es sino una reflexión enajenada acerca de un reloj de marca Sveglia, donde este nombre ocupa el lugar de la pasión. 

¿Dónde estuviste de noche? es un sueño orgiástico, un delirio que recuerda la pintura de El Bosco, con personajes que son moldes de sombras: hay un Él-ella, un Ella-él, un millonario, un cura, un judío, un masturbador, un estudiante, una vieja… y un epílogo: ‘Todo lo que escribí es verdad y existe. Existe una mente universal que me guió’.

Los enunciados de Lispector sobre la escritura, que brotan de improviso en sus textos, resultan desconcertantes, pero sugestivos, son expresión de su agónica lucha, que está en la raíz de su escritura, por ensamblar vivencias y conceptos: ‘Yo quería llegar a la página 9 en la máquina de escribir. El 9 es casi inalcanzable. El número 13 es Dios. La máquina de escribir es’ (La relación de la cosa). ‘Amo los objetos en la medida en que éstos aman. Pero si no comprendo lo que escribo no es mi culpa’ (Tempestad de almas).

Durante los mismos años de las columnas femeninas, que Lispector firmaba bajo un seudónimo con el único objetivo de ganarse la vida, la autora caería en una inexorable espiral de introspección obsesiva que acabó germinando en su obra más laureada,La Pasión según G.H., (“para personas con el alma bien formada”, en palabras de la propia Lispector). La obra narra la experiencia epifánica de una mujer que deglute una cucaracha. Pese a la complejidad del volumen, comparado con La Metamorfosis de Kafka, la crítica lo alzó hace años al Olimpo de los cien libros fundamentales de Siglo XX.

De la misma manera que Jorge Amado situaba la trama de sus libros en el Estado de Bahía, o Rubem Fonseca tiene una especial predilección por el lumpen de Río de Janeiro como escenario de las correrías de Mandrake, Lispector siempre se inclinó por escudriñar en lo más indescifrable del ser humano: el alma. Esto hizo que su literatura nunca fuese encasillada en las corrientes brasileñas de la época, sino que trascendió a un lenguaje mucho más universal. “La hora de la Estrella se desarrolla en la periferia de Río de Janeiro, pero todos sus otros libros podrían situarse en cualquier capital europea. Por ejemplo, La pasión según G.H. podría desarrollarse perfectamente en Madrid o París”.

Cerca del corazón salvaje fue considerado por Cándido ‘un intento impresionante de llevar la lengua a dominios poco explorados, forzándola a adaptarse a un pensamiento lleno de misterio, para el cual sentimos que la ficción no es un ejercicio o aventura afectiva, sino un instrumento real del espíritu, capaz de hacernos penetrar en algunos laberintos retorcidos de la mente’.

Ese comentario se ajusta prácticamente a toda la obra de Clarice, marcada por la búsqueda del sentido de la vida, en la que el hecho más prosaico puede desencadenar un sentimiento patético, vertiginoso, atravesado por imágenes candentes e ideas abstractas.

Casi todo lo que ella escribió parece sondear el corazón salvaje de la vida, reino de ambigüedades latentes, de transgresiones insospechadas, como la cucaracha muerta que la protagonista transforma en hostia consagrada en la novela La pasión según G. H. (traducción de Alberto Villalba, 2000). Búsqueda también de un lenguaje, no menos dramático que la vida, en la tensión e intensidad con la que los narradores se sumergen en el pozo oscuro de la pasión y el deseo, del amor y el destino del ser, inseparables de la muerte. Los dramas de los narradores y personajes de Clarice son también dramas de un lenguaje que expresa, con el ritmo y la cadencia de un estilo muy personal, el lado agónico o extático de los seres que evoca; dramas casi sin trama, porque a Clarice le interesa menos el enredo y el tiempo cronológico que la forma discontinua y fragmentada de expresar una experiencia interior, un trance visionario o, incluso, un pensamiento o concepto.

Es probable que el flujo de conciencia y la fina ironía deban algo a la obra de Joyce y de Virginia Woolf; pero ninguna escritora brasileña fue tan lejos y de una manera tan radical en dirección al abismo de la interioridad. Benedito Nunes, el más notable crítico de Clarice Lispector, ha señalado que ‘el ímpetu transgresor de los personajes femeninos de algunas novelas -Cerca del corazón salvaje, O lustre (1943), A cidade sitiada (1949), A maçã no escuro (1961) y ciertos cuentos de Lazos de familia (1960; traducción de Cristina Peri Rossi, 1988)- tal vez sea la marca invertida de la sumisión femenina’. Por otro lado, ‘el despojamiento personal de G. H. neutraliza la diferencia entre lo masculino y lo femenino, absorbida en una condición humana general en contraste con la animalidad y la vida orgánica. La novela póstuma Un soplo de vida (1978; traducción de Mario Merlino, 1999), narrada por dos personajes -un hombre y una mujer-, persigue el mismo pathos de la muerte y la locura que recuerda a los personajes de G. H. y de Água viva (1973)’.

La mujer que en 1975 participó en un congreso de brujería en Colombia era esquiva, tierna, bellísima, de una belleza extraña, con su rostro anguloso, los ojos un poco rasgados, vivos y perplejos, que parecían mirar hacia fuera, hacia el cielo y el infierno, pero sobre todo hacia dentro.

El lenguaje fue, de hecho, su travesía mayor y la más arriesgada: la pasión por el lenguaje, la tendencia tenaz, incesante y obsesiva a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo y fugazmente: el sentido mismo de nuestra existencia. ‘El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a buscar y por destino vuelvo con las manos vacías. Pero vuelvo con lo indecible’ (La pasión según G. H.).

‘La verdad es siempre un contacto interior inexplicable. La verdad es irreconocible. ¿Por lo tanto no existe? No, para los hombres no existe’. Clarice Lispector La hora de la estrella (1977) Milton Hatoum es escritor brasileño, autor de las novelas Relato de un cierto Oriente (Akal) y Dois irmãos. Traducción de Mario Merlino.

En el inicio de “La pasión según G.H.” Clarice Lispector lo deja muy claro: “Este libro es como cualquier libro. Pero me sentiría contenta si lo leyesen únicamente personas de alma ya formada. Aquellas que saben que el acercamiento, a lo que quiera que sea, se hace de modo gradual y penoso, atravesando incluso lo contrario de aquello a lo que uno se aproxima…”

Hay relatos en los que un detalle aparentemente sin importancia, una escena determinada, lleva a los personajes a tomar conciencia de que la realidad exterior no tiene nada que ver con el orden, con la placidez de sus vidas tranquilas, domesticadas. Hay caos y miseria. Hay sufrimiento e intemperie fuera de los hogares, fuera de la aparente calma familiar.

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