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eliot, crítico
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vernon hall, jr.
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ensayo
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[ezcol_1half] S. Eliot dijo de sí mismo que era clasicista en literatura, realista en política y anglo-católico en religión. Detesta el igualitarismo, el progreso y el liberalismo. Es dogmático más allá del sentido teológico de la palabra, y declaró en cierto lugar que sólo comprenderán de qué está hablando aquellos para quienes la doctrina del pecado original sea un hecho muy real y tremendo.
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A lo largo de este panorama del pensamiento crítico hemos notado a menudo cuan entretejidas se encuentran las ideas que acerca de la literatura tiene un hombre con su pensamiento social y religioso. En la época de Luis XIV el neoclasicismo era parte integral del cuadro intelectual, cuadro que incluía la ortodoxia en religión y el apoyo al monarca en su política. Es de dudar que los neoclásicos estuvieran plenamente conscientes del grado en el cual su pensamiento literario completaba su modo de pensar en otros campos. Sin embargo, Eliot sí comprende que sus creencias políticas, religiosas y literarias conforman un todo.
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Si bien sus ideas acerca de ciertas figuras literarias individuales han sufrido cambios a lo largo de los años (siendo el ejemplo más notable de esto su revisión parcial de Milton), el trazo general de su posición crítica sigue invariable. Los ensayos que escribió a finales de la primera Guerra Mundial encarnan las mismas ideas fundamentales que los escritos posteriormente.
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En 1917 escribió un ensayo titulado “La tradición y el talento individuar, que sigue siendo una valiosa introducción a su pensamiento. Lo escribió para combatir la idea de que debe alabarse a un poeta en razón proporcional a su originalidad. No hay poeta o artista, sea cual fuere su naturaleza, al que pueda comprenderse meramente a partir de sí mismo. A menudo la parte más valiosa de la obra de un poeta es aquella en la cual “los poetas muertos, sus antecesores afirman del modo más vigoroso su propia inmortalidad». Todos los monumentos literarios existentes componen un orden, una forma ideal. Toda obra nueva altera, aunque sea ligeramente, ese orden. Por esto es inevitable juzgar cada obra con base en las normas del pasado. El poeta debe conocer la corriente principal de la literatura. Debe poseer “sentido histórico, que bien podemos considerar indispensable en quien desee seguir siendo poeta más allá de su vigésimo quinto año”. En el exterior de su mente hay otra, la de Europa, la de su país. El presente consciente es una captación del pasado. Son escritores muertos aquellos a los que conocemos.
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Esta mente de Europa (tradición es otro de sus nombres) es más importante que el poeta como individuo. Debe subordinarse éste a aquélla, pues ella es más valiosa que la personalidad de él. “El artista progresa mediante un constante sacrificio de sí mismo, mediante una extinción continua de su personalidad.” Para hacer más clara esta relación del proceso de despersonalización con el sentido de tradición, Eliot da como analogía lo que sucede cuando se introduce un trozo de platino en una cámara de gas donde hay azufre y dióxido de carbono. Los dos gases forman ácido sulfúrico, pero el platino no cambia. La mente del poeta representa el platino.
[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] Las emociones y los sentimientos, los gases. Cuanto más perfecto como poeta, menos participará en el proceso de su personalidad. Su mente forma los compuestos nuevos, pero él se mantiene aparte de lo que crea. En el arte grande, “es absoluta la diferencia entre arte y acontecimiento».
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Eliot está atacando directamente la idea romántica de que el poeta expresa su personalidad. Las experiencias que para el poeta son importantes en tanto que hombre, pudieran no tener cabida en su poesía; y aquellas importantes en su poesía tal vez muy poco o nada tengan que ver con su personalidad.
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Eliot escribe que el poeta se equivoca si piensa que sus emociones son sobresalientes o interesantes. “No es tarea del poeta encontrar nuevas emociones, sino utilizar las comunes y corrientes y, al convertirlas en poesía, expresar sentimientos que de ningún modo se encuentran en las emociones en sí. Aquellas emociones que nunca haya experimentado le servirán en igual medida que las familiares.» De esta manera, Eliot no puede aceptar la «emoción recordada en tranquilidad” de Wordsworth. Para él, la poesía surge de concentrar un buen número de experiencias, y no de las emociones o de los recuerdos. Esa concentración ocurre inconscientemente. Pero, desde luego, una buena parte de la expresión poética por escrito debe ser consciente. Si el poeta se muestra inconsciente cuando debiera ser consciente y consciente cuando le toca ser inconsciente, tiende a volverse “personal»; es decir, un mal poeta. “La poesía no es una liberación de emociones, sino una huida de éstas; no es una expresión de la personalidad, sino una huida de ésta. Ahora bien, sólo quienes tienen personalidad y emociones saben lo que significa el desear escapar de ellas.”
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Es de temer que las últimas oraciones resulten demasiado típicas de Eliot como crítico. Se permite amplias generalizaciones con apoyo en unos cuantos ejemplos específicos, y con un gesto petulante evita las argumentaciones. O bien se está de acuerdo conmigo, dice, o se está demostrando inferioridad. Lo que Eliot expresa en este ensayo lo dijeron muchas veces antes los neoclásicos, los «nuevos humanistas”, y todos aquellos en contra del individualismo en la poesía. El poeta vive en una tradición y a ella debe rendirse. «La emoción del arte es impersonal ”
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En otro ensayo, «La función de la crítica”, Eliot declara que el problema de la crítica, al igual que el del arte, radica esencialmente en el orden. El crítico verdadero subordinará sus prejuicios personales a la búsqueda común de un juicio verdadero. Debe poseer normas de valor objetivas. En otras pa- labras, debe dar apoyo al clasicismo, pues “Los hombres no avanzarán si no ponen su breve lealtad al servicio de algo externo a ellos”. El romanticismo es fragmentario, inmaduro y caótico; el clasicismo, completo, adulto y ordenado.
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Debe rechazarse la “voz interior”, pues significa mero inconformismo y whigismo. El crítico verdadero se atiene a la ortodoxia porque existen principios comunes —o leyes, si se quiere— que es su obligación buscar. Además, debe contar con un sentido de los hechos sumamente desarrollado. Los hechos no pueden corromper el gusto.
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La opinión y la fantasía sí. El crítico debe comprender que “existe la posibilidad de una actividad de cooperación, con la posibilidad adicional de llegar a algo externo a nosotros, a lo cual podemos llamar, provisionalmente, la verdad”.
En un libro posterior, Notas para la definición de cultura (1949), Eliot nos deja saber en palabras audaces que no tiene dudas. Nótese que el título no dice para “una” definición de cultura, sino para “la” definición de cultura. A lo largo de su libro Eliot habla ex cathedra. Afirma que tres condiciones permiten la cultura. Primera, una sociedad a través de la cual se trasmita la cultura mediante la herencia; esto exige que haya clases sociales. Segunda, la cultura debe contener culturas locales. Tercera, debe incluir un equilibrio de unidad y una diversidad en la religión.
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Afirma Eliot que los individuos superiores, la élite, deben quedar “formados en grupos convenientes, a los que se conceden poderes adecuados y quizás emolumentos y honores diversos”. Pero de no estar unida dicha élite a alguna clase, carecerá de cohesión. De qué clase se trata queda claro cuando dice que en una “sociedad estratificada sana” la clase gobernante será aquella que herede ventajas especiales y que tenga “interés en el país”.
Son las culturas más fuertes aquellas en las cuales la disensión proviene de las culturas locales o regionales. La cultura inglesa se debilitaría de no existir la escocesa y la galesa.
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Como ejemplo de unidad y diversidad en la religión Eliot indica que Roma representa la tradición cultural dominante y la Iglesia anglicana el elemento variante, en un sentido europeo. Por otra parte, en la Gran Bretaña domina la Iglesia anglicana y las sectas disidentes aportan la diversidad. Cuando se defiende la religión propia se defiende la cultura propia. Por ejemplo, el metodismo cumplió su papel manteniendo viva la cultura de los cristianos pertenecientes a la clase trabajadora. Cada estrato de la sociedad tiene su cultura adecuada.
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De no existir esa triple estratificación, desaparecerían las condiciones que permiten la cultura. Y quien objete el punto de vista que sobre la sociedad tiene Eliot, pronto queda en su lugar. “Si le parece monstruoso que alguien posea la ‘ventaja que da el nacimiento’, no le pido que cambie su fe, sino que deje de alabar a la cultura de dientes afuera.”
Traducción de Federico Patán López
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Vernon Hall, Jr. concibe la crítica literaria no sólo como un devenir paralelo al de las obras literarias sino como un conjunto de productos culturales autónomos y autosuficientes. Entre sus numerosos libros dedicados al estudio de esta labor; publicó el que es sin duda el más vasto en sus alcances a la vez que el más sucinto en extensión.
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