Tu voz en dátiles sangrientos surge de las sustancias distribuidas

sobre el mar.

y su metal vuela en círculos, vuela con alas venenosas sobre ese

cuerpo ya dorado, ya ciego en frutos demasiado dulces.

El algodón, más verde que los relámpagos de la infancia, exhala

augurios que rehusan la descripción del mar, la descripción del mar

bajo los ojos sin misericordia.

Y los aceites femeninos hierven en la celebración del verano

Este es el día del calor. Al pie del muro deseado por un sólo

pájaro —el portador de lágrimas en las tardes de hastío— miras las

urnas de la sal, la oxidación esbelta de los mástiles, la longitud mortal

de las banderas

Hay negación: heridas; líquidos procedentes del desprecio; labios

en las espaldas de tus hijas…

Obscenidad  dulzura fúnebre, ¿quién no bebe en tus manos

amarillas?

 

 

 


 

 

 

 

 

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