introducción a la poesía
buscar al yo en vano
buscar al yo en vano
buscar al yo en vano
buscar al yo en vano
DURACIÓN: indefinida
MATERIAL: ninguno
EFECTO: disolvente
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SE TRATA de uno de los términos que más utiliza. Durante el día, la palabra «yo» figura en casi todas sus frases. Desde su más tierna infancia dejó de designarse por su nombre. «Yo» se convirtió en la palabra mediante la cual expresa usted sus deseos, decepciones, proyectos, esperanzas, los actos más diversos, sus sensaciones físicas, enfermedades, goces, planes, su resentimiento, ternura, su gusto por la vainilla o su aversión por el hinojo. Desde hace largo tiempo relacionó esa palabra tan breve con la multitud de sus estados de ánimo. Está íntimamente superpuesta a sus sentimientos y sus recuerdos. En apariencia, nada se hace sin ella. Se la encuentra en todos sus relatos, en todos sus juicios. Ni la menor decisión, ni la menor cavilación se le escapa.
Curiosa situación: todo el mundo utiliza la misma palabra. La más irreductible intimidad, la más singular existencia, para cada uno de nosotros, está ligada a un término que uno no eligió ni forjó, y que todos utilizan de la misma manera. Un pronombre de la lengua. Nada menos personal que ese pronombre «personal». Desde el punto de vista lingüístico, la existencia a la que se refiere es perfectamente intercambiable. Puede ser cualquiera, afirmando «estoy contento» o bien «estoy triste». Cada uno, diferente de todos los demás, se designa a sí mismo mediante una palabra que utilizan todos los demás. Situación altamente paradójica. Pero usted no piensa en eso y, por otra parte, nadie lo hace. Ya tiene bastante que hacer como para no recargarse con ese tipo de cuestiones.
De cualquier manera, busque dónde se encuentra ese «yo». ¿Existe? ¿Cómo localizarlo? ¿Cómo reconocerlo? Si usted intenta plantear esas cuestiones y resolverlas con aplicación, va a experimentar que ese «yo» no es sencillo de localizar ni autentificar.
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No es una experiencia breve, cuyos límites son fáciles de circunscribir. Por el contrario, podría parecerse a una larga caza. Se necesita tiempo, ocasiones diversas, cierta constancia y obstinación. Entonces, ¿dónde está esa evidencia llamada «yo»? Buscará durante mucho tiempo, en diferentes sitios, desde distintos ángulos. Hay muchas posibilidades para que, al fin y al cabo, vuelva con las manos vacías. Ahí es cuando las cosas empiezan a ponerse interesantes.
Entre las pistas que puede tratar de seguir, conviene recordar la existencia del cuerpo. Ese «yo», singular y sin embargo semejante a los otros, ¿no es sencillamente ese cuerpo, sus costumbres y debilidades, sus fragilidades y particularidades? Sin embargo, jamás encontrará a «yo» en su cuerpo. Después de diez arios, ninguna de sus células ha sobrevivido. Ninguno de los elementos de su cuerpo permaneció idéntico. ¿Qué llamará usted «yo»? ¿La forma? ¿La estructura de conjunto? ¿La organización? Queda el pensamiento, clásicamente. Todo cambia, menos sus recuerdos, su conciencia de seguir siendo el mismo, idéntico a pesar de las alteraciones. Tampoco ahí echará el guante a «yo». Nunca encontrará otra cosa sino pensamientos, secuencias, recuerdos, asociaciones de ideas, deseos que están afectados por lo que usted llama «yo».
Entre todas esas sensaciones, entre todos esos acontecimientos mentales, «yo» parece ser el denominador común. Pero no es un soporte ni un motor. Apenas un aire de familia. Una calidad común a pensamientos y sensaciones muy diversas, casi como un color o un perfume. Una manera de aparecer. Eventualmente un estilo. Nada más. «Yo» no es algo ni alguien. Sin embargo, no es tan sólo una palabra. Sin duda, es cierto estribillo, un hábito, una cualidad secundaria y relativa.
Si logra experimentar eso, luego habrá que saber qué hacer con ello. ¿Qué incidencia puede tener sobre su existencia ese hallazgo imposible? ¿Cómo se las arreglará con esa defección de «yo»? Ésa es otra historia.
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Roger-Pol Droit
Editions Odile Jacob
2001, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DE ARGENTINA, S.A.
Traducción de VÍCTOR GOLDSTEIN
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