antón chéjov
sin trama y sin final
Antón Chéjov, 2002
Edición: Piero Brunello
Traducción: Víctor Gallego Ballestero
A Alekséi Suvorin, Moscú, 27 de octubre de 1888
El arte no debe resolver los problemas
A veces profeso la herejía, pero aún no he llegado al extremo de renegar por completo de los problemas del arte. En mis conversaciones con mis colegas escritores insisto siempre en el hecho de que no corresponde al artista resolver problemas específicos. Un artista no debe ocuparse de cosas que no comprende. Para los problemas especiales existen entre nosotros especialistas; a ellos corresponde juzgar las comunidades rurales, las suertes del capital, los daños del alcoholismo, las botas, las enfermedades femeninas… El artista, por su parte, sólo debe juzgar lo que comprende; su campo es limitado, como el de cualquier otro especialista: es algo que repito y sobre lo que insisto siempre. Sólo quien no ha escrito nunca y no se ha ocupado nunca de las imágenes puede decir que en su esfera no hay problemas, sólo respuestas. El artista observa, elige, intuye, asocia; ya de por sí esos actos presuponen, en principio, un problema; si desde el inicio uno no se plantea un problema, no tiene nada que intuir ni que elegir. […]
Tiene usted razón cuando exige del artista la conciencia de la propia labor, pero confunde usted dos conceptos: la solución del problema y su planteamiento justo. Para el artista sólo esto último es obligatorio. En Anna Karénina y en Onieguin no se resuelve ningún problema; ahora bien, esas obras son plenamente satisfactorias porque en ellas todas las cuestiones están planteadas justamente. Un tribunal tiene la obligación de hacer preguntas; luego deciden los miembros del jurado, cada uno según su parecer.
A Aleksandr Lázarev-Gruzinski, Moscú, 13 de marzo de 1890
Cinco o seis días
Para escribir un relato se requieren cinco o seis días, durante los cuales uno no debe pensar en otra cosa; en caso contrario, las frases no adquirirán nunca la forma adecuada. Antes de ponerla en papel, cada frase debe permanecer en la cabeza un par de días, para adquirir cuerpo. En realidad, yo mismo soy demasiado perezoso para atenerme a esa regla, pero como usted es joven se la recomiendo fervientemente, pues he experimentado muchas veces sus efectos beneficiosos, y sé que los manuscritos de todos los auténticos maestros han sido emborronados de arriba abajo, desgastados y cubiertos de añadidos que a su vez están llenos de tachaduras y correcciones.
A Aleksandr Chéjov, Babkino, 2 de agosto de 1887
Personajes vivos
Como todos los personajes femeninos, tampoco Olia vale nada. Decididamente, no conoces a las mujeres. No puede uno, hermano mío, pasarse toda la vida dando vueltas alrededor de un solo tipo de mujer. ¿Dónde y cuándo (no hablo de tus años de instituto) has visto mujeres como Olia? ¿Y no habría sido más inteligente, más genial, poner al lado de esos magníficos tipos del tártaro y del padre una mujer simpática, viva, real, y no una muñeca? En un cuadro de gran estilo como «En el faro», tu Olia es una ofensa. Además de ser una muñeca, es pálida, nebulosa y, en medio de los demás personajes, parece un par de botas mojadas y opacas junto a otras lustradas con esmero. Ten temor de Dios: en ninguno de tus relatos hay una mujer viva, son todas flanes temblorosos que hablan el lenguaje de las melindrosas ingénues de los vaudevilles. […] Repásalo y no lo publiques en Tiempo Nuevo hasta que estés seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.
Æ
0 comentarios