roberto bolaño
tres
2000
Roberto Bolaño nos propone, en este libro de poemas, tres paseos con distinto registro.
«Prosa del otoño en Gerona» ofrece un dulce tinte melancólico y fragmentado;
«Los Neochilenos», una épica evocadora de las ilusiones de toda una generación; y, por último,
«Un paseo por la literatura», un mágico y audaz rigor verbal.
Y, a pesar de la variada riqueza de tonos, algo los une en su tejido.
Una música autobiográfica, a la que los tres remiten en última instancia; las imágenes,
desoladoramente enloquecidas y una orgullosa densidad literaria.
para carolina lópez
si vas a decir lo que quieres,
también vas a oír lo que no quieres.
alceo de mitilene
un paseo por la literatura
48. Soñé que una adolescente de dieciséis años entraba en el túnel
de los sueños y nos despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía
en un manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.
49. Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia
veía el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un rostro casi
translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.
50. Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus
amigos franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada.
Como quien se derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.
51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerra florida. Nadie
había regresado. En los tablones de cuarteles olvidados en las
montañas alcancé a leer algunos nombres. Desde un lugar remoto
una voz transmitía una y otra vez las consignas por las que ellos
se habían condenado.
52. Soñé que el viento movía el letrero gastado de una taberna.
En el interior James Mathew Barrie jugaba a los dados con cinco
caballeros amenazantes.
53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince
años sino más de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi
pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro
comenzaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras
arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la espalda
me escocía como si tuviera alas.
54. Soñé que los caminos de África estaban llenos de gambusinos,
bandeirantes, sumulistas.
55. Soñé que nadie muere la víspera.
56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje
anamórfico de los sueños, y que su mirada era dura como el acero
pero igual se fragmentaba en múltiples miradas cada vez más inocentes,
cada vez más desvalidas.
57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente.
Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros
para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras
él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero
serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después
se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba
nuestra casa?
blanes, 1994
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