el que tenga cerebro para pensar, que piense

 

 

 

el dolor humano

 

leonardo polo barrena

 

 

El tema del dolor presenta una especial dificultad. No se trata de un tema simplemente oscuro, rebelde a la investigación

por la imposibilidad de traerlo a la experiencia inmediata; es algo más radical: no cabe idea del dolor.

El dolor es, simpliciter, ininteligible.

Tenemos dolor, lo sentimos, sufrimos o aguantamos; lo que no cabe es pensarlo. El lugar de asentamiento primario del dolor

en nosotros no es el pensamiento —no entramos ahora en el problema de si el pensamiento podría doler, por ausencia

de objeto, como dice Kant, pues no afecta a lo que sostenemos—; lo decisivo es que no podemos entenderlo.

 

Al contrario de lo que —hablando en general— hace el hombre con sus sensaciones —material de que se forman las ideas—,

e incluso con sus emociones y estados de ánimo, de los que cabe alguna suerte de intuición intelectual, del dolor, no.

Tenemos conciencia del dolor, pero no podemos prestar a eso entidad de razón. Tenemos, a lo sumo, un concepto del dolor

como lo tenemos de la nada, es decir, sin contenido extramental correspondiente.

Pero mientras tratándose de la nada, ello se explica de suyo, en el caso del dolor lo que juega es una imposibilidad de hacerlo

inteligible. El intelecto no ilumina el dolor, que está ahí, al pensar, indescifrado, como una extraña excepción a la claridad mental.

 

No es que el contenido del dolor no exista sin más, sino que queda, sin remedio, fuera del ámbito de la idea.

Tenemos conciencia del dolor como de una acometida; no poseemos el dolor en la conciencia: ahí, en el lugar de objeto conocido,

el dolor es indescifrable, no sabemos qué significa.

Una grieta del pensar es ocupada por lo que llamamos dolor. Por eso duele, se sufre.

El dolor asalta ante todo al pensar porque duele. Nótese que al perder la conciencia el dolor se anula —o que el dolor sustituye

al pensar en tanto que la conciencia no se pierde—. Asimismo, con frecuencia el dolor puede localizarse —“me duele una muela” —.

Pero el dolor no sale fuera porque la muela me duele a mí. Otras veces el dolor embarga la conciencia, la fija por completo en él.

La vida práctica se paraliza entonces.

 

Si el dolor ha de plantearse, no hay más remedio que apoyarse y explotar su carácter de ininteligibilidad. El dolor no es inteligible;

pero no sólo de hecho, sino en absoluto — al menos, en el plano humano —. Con otras palabras: el dolor no está fuera del

pensamiento, como una especie de cosa en sí, a la que el pensamiento no llega, pero a la que podría llegar. El dolor no es

inteligible él mismo, y al acometer a la conciencia, como sin duda acontece, está en ella como impensable.

 

¿Qué decir de esta especialísima realidad ininteligible?

Lo primero es sentar el planteamiento del tema.

La pregunta clásica de la filosofía, la pregunta por la esencia, debe abandonarse. No puede, legítimamente, preguntarse qué es el dolor;

el dolor es refractario a la pregunta, puesto que no es inteligible.

Esta objeción alcanza a la fenomenología. También debe evitarse la caída de nivel de la investigación científica, biológica. Un biólogo

podrá decirnos cómo

se produce en la periferia del cuerpo el estímulo doloroso y cómo se trasmite luego hasta el cerebro. Pero no nos dirá nada del dolor humano.

 

En definitiva, el tema del dolor no puede plantearse de suyo o directamente porque no sabemos siquiera qué preguntar, a dónde

dirigir la atención. No puede plantearse directamente porque la mente ante él queda sin recursos y porque lo más característico

del dolor es que el hombre no puede adoptar ante él una actitud referida, clavada en el dolor mismo.

El hombre puede huirlo, soslayarlo, superarlo, liberarse de él, curarlo. Lo que no puede es cultivarlo en sí mismo, pensarlo y amarlo.

No existe ninguna forma de actividad simplemente humana, ninguna institución, ningún producto cultural que arrojen luz sobre el dolor,

que elaboren su comprensión.

Cabe encontrar obras humanas en cuya producción ha tenido parte el dolor, o en las cuales aparezca el hombre afectado por él.

Pero ninguna en que el dolor en sí mismo se nos ofrezca directamente a la contemplación, en que esté descifrado.

 

El dolor en sí mismo no es ni siquiera posible, puesto que no tiene esencia; sólo el hombre hace posible el dolor. De acuerdo

con esta perspectiva, el sentido humano del dolor es lo que el dolor significa para el hombre: no se trata una tautología porque

solamente un ser de tan profunda realidad como el hombre puede dar razón de la sinrazón del dolor. Si el dolor es un sinsentido,

reclama un amplio despliegue de sentido en que insertarse.

Desde la filosofía aristotélica, la cuestión se concreta en la pregunta: ¿es el dolor algo sustancial o algo accidental en el hombre?

 

Se trata de un interrogante extraño. Para lograr alguna respuesta hay, antes, que examinar las actitudes adoptadas por la

humanidad ante el dolor. Este examen previo es necesario. Tanto la sustancia como el accidente tienen esencia. Parece,

pues, que la pregunta que acabamos de hacer se contesta de entrada y que, por lo tanto, no tiene ninguna utilidad formularla.

Para mostrar en concreto la utilidad de tal pregunta, es decir, el alcance concreto de su contestación negativa, conviene ver lo

que los hombres han pretendido hacer ante el dolor. El dolor no es sustancia ni accidente.

 

Pero, ¿por qué? Y, ¿cómo juega entonces en el hombre? Esto es lo que vamos a intentar aclarar.

 

 

 

 

 

 

 

 

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