blanca andreu

 

de una niña de provincias que se vino a vivir en un chagall

 

hundiré mis manos aquí, en este mar que no existe

 

 

 

Ansí tu mudo pueblo esté seguro
(…) honrando largos mares.

Francisco de Quevedo

 

 

 

Hundiré mis manos aquí, en este mar que no existe,
hundiré las hojas ávidas y el verso vertical que nació espada,
la tinta de helecho virgen, las sílabas furtivas que iban diciendo: sálvame,
y el amor como un vino escrito.

 

Hundiré mis dedos, las lianas vivas y los pólipos que enmudecen en mis dedos,
las flores graves que coronan a los reptiles que amo,
el liquen del sueño que maduran las serpientes más favorables,
el corazón pintado de blanco, hasta morir,
la garganta del día y sus branquias de oro.

 

Hundiré mis manos en noche que no existe sobre un mar que no existe,
mi garganta entre anzuelos de la flora marítima,
en agua ebria y en buques como pájaros,
en aquello que no será posible,
en todo lo que se alza cuando la noche se alza,
cuando encalla su cornamenta de ciervo temible y solloza,
estrofa antílope o estrella en metro antiguo,
y andará la locura como un óleo escarlata,
ala o aceites rojos sobre la superficie de cierta oscuridad,
de océano ninguno.

 

Hundiré mis manos en este lugar leve donde duermen secretas las marinas flamígeras,

 

y hablemos de las direcciones y de las cosas de la muerte,
y de sus rutas, y de sus atrios abrasados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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