luisa castro: odisea definitiva: apuntes sobre el crepúsculo

 

 

 

de Odisea definitiva
1984

 

 

 

apuntes sobre el crepúsculo

 

 

 

 

¿Qué hora es para dolerse?
¿Es acaso la tarde ya o ya
la noche se adelanta a una promesa
         crepuscular
del vientre más oscuro?

 

Parece que los coches soportasen sobre sus techos
la culpa de las horas, parece
que en la calle un llanto de baúles
amenazase
a las despavoridas aves del día.

 

La luz eléctrica y
la primavera se reconocen en la mentira
insustituible de ser cada vez
más necesarias.
Y después las bombillas desnudas de las habitaciones
de los pobres
se soportan y se hablan
en una confabulación ciudadana de soles herméticos
y primitivos
(una confabulación obstinada
en saludos y llamadas repentinas al borde
de la noche).

 

Tú no.
Tú te vas con el adiós de los soldados
         rubios
sobre unas botas grandes
de guerra.

 

Qué más da, qué importan frases
aprendidas,
roles aprendidos
si quizá estés subido ya a la infamia,
oliendo a hierro o a odio,
con sangre
en los calcetines,
con las orejas sucias y la lengua
violentada.
            Y
            después
ya no preciso la espera ni los siglos
ni la pesada herencia de amapolas
que se me viene encima
ni la falda larguísima de amor que hemos vestido, ni la
        esperanza
abierta sobre los almanaques.

 

            Y bajo a buscarte a las aceras
      resuelta a devorar tu esfinge
      y tus derrotas.
            (¿Es pronto, mi amor?)

 

Y llego yo y tu cuerpo
tendido en el asfalto, en medio de la calle,
escribe
una palabra de irse yendo entre la sangre
y el dolor y el olor a animal vencido,
atropellado.

 

Y llego
yo
y de lejos me dices (no)
que vienes de la guerra
Y llego
            yo
            y entonces el agua es absoluta
y la noche deviene porque, bueno, porque
la tierra es margen
            y no es pronto
            y estás más muerto que nunca.

 

Te amo entonces,
creo en los minutos de la tardanza y te amo,
guerrero impávido, postrado, atardecido
sobre el crepúsculo de los portales,
a la intemperie, al viento,
oliendo a animal simple,
a tierra ya.

 

Creo en estos momentos
y te entro y dejo que la noche,
            la noche,
lo oscuro, lo inmediato y oscuro nos palpe el amor,
palpite con nosotros
y así conozco de nuevo tu visita
y nadie se acuerda del planeta redondo
que venias devastando
y estamos solos en una ciudad inmensa,
             más solos porque
tú no eres y yo te abro
todas las puertas de mi cuerpo
y te entro a las galerías dulces
de esa estancia abandonada por un día largo y duro,
por un tiempo eterno
y desde que una estrella nace.

 

El viento siempre, polvo en los labios
y dos cuerpos que se contagian
la vida y la muerte más ciertas,
dos carnes que se alimentan
de una sola desmesura.
            Y el penúltimo ritmo astral
del amor crudo en una avenida intransitada
y de una noche de soldado
que ha vuelto
(tú no)
para desangrarse a un peldaño del beso.

 

Es grande, y aún así, tu cuerpo me acontece sin sorpresas
pero alguien escribe dulcemente sobre piedra
que te has vuelto un recorte de luna
inerme
y
desencajado.

 

Estamos más tristes así, silenciosos.

 

            Imposibilidad
            del
            amor
            turco,

porque ya no queda una sola canción de alba
que cantarte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

luisa castro

la fortaleza

obra reunida 1984 – 2005

visor libros

volumen MLXXI de la colección visor de poesía

2019

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